Año 421 a.C., Atenas.
La tensión en la mansión de Adrian era palpable, un reflejo de la inquietud que se extendía por toda Atenas. Clio, con su serenidad habitual, se movía por los pasillos, organizando provisiones y asegurándose de que las otras sirvientas estuvieran ocupadas y enfocadas en sus tareas. La guerra, con su manto de desesperación y caos, estaba llamando a las puertas de la ciudad, y aunque las murallas de Atenas se mantenían firmes, el miedo se filtraba a través de sus grietas.
Adrian, en su estudio, contemplaba un mapa de la ciudad y sus alrededores, sus ojos rojos fijos, calculando, evaluando. Clio entró, su presencia un susurro suave en la habitación oscura.
"Las provisiones están siendo almacenadas, amo, y las sirvientas están preparadas para lo que pueda venir", informó, su voz tranquila y segura.
Adrian no apartó la vista del mapa. "La guerra no discrimina, Clio. Aunque las murallas de Atenas se mantengan, la ciudad ya está siendo consumida desde dentro por el miedo y la desesperación."
Clio, acercándose, posó su mano suavemente sobre la de él. "Pero nosotros persistiremos, Adrian. Como siempre lo hemos hecho."
Adrian, finalmente, levantó la vista para encontrarse con los ojos de Clio. En lugar de la frialdad habitual, había una sombra de algo más en su mirada, algo que Clio no podía descifrar completamente.
"La eternidad es un camino largo y solitario, Clio", murmuró, su voz apenas audible. "Y aunque hemos encontrado una especie de compañía en esta oscuridad, no debemos olvidar que la noche es nuestra verdadera aliada."
Clio, su mano todavía sobre la de él, asintió lentamente. "La noche es nuestra aliada, sí, pero incluso en la oscuridad más profunda, las estrellas proporcionan luz, Adrian. No debemos olvidar eso."
Adrian se apartó, su expresión volviendo a su acostumbrada máscara de indiferencia. "Las estrellas pueden iluminar la noche, pero también pueden ser oscurecidas por la tormenta, Clio. No debemos depender de su luz."
Con eso, se retiró, dejando a Clio en el estudio, su figura iluminada por la luz de la luna que se filtraba por la ventana. Y mientras se quedaba allí, contemplando el lugar donde Adrian había estado, una determinación tranquila se asentó en su ser.
La guerra podría traer consigo la tormenta, pero ella sería la estrella que persistiría, incluso cuando la oscuridad buscara envolverlo todo.