Las delgadas ramas de los majestuosos árboles se mecen con gracia al compás del viento, mientras sus hojas otoñales danzan como la hierba en un suave vaivén. El melódico canto de los pájaros resuena como ecos de un recuerdo lejano que se niega a desvanecer con el paso de los años.
En este rincón de la naturaleza, todo se conjuga en una sinfonía tranquila y sublime.
En este momento, bajo la tupida sombra de un frondoso árbol, descansa un joven de cabellos oscuros como la noche. Su rostro tenuemente iluminado por la luz que se filtra a través de las espesas hojas, muestra una serenidad profunda, como si estuviera en comunión con los susurros de la naturaleza que lo rodea. Sus labios ligeramente entreabiertos dejan escapar un suspiro ocasional, como una apacible respuesta al suave murmullo del viento y el canto de los pájaros.
En ese preciso instante, una ráfaga de viento se alzó con fuerza, y las finas ramas del imponente árbol oscilaron con cierta rudeza. El joven, en su sueño profundo, experimentó un leve estremecimiento y frunció el ceño de manera inconsciente, como si el viento hubiera perturbado sus pensamientos.
El viento, en su furia momentánea, arrancó hojas, que, como plumas desprendidas de un ave cansada, descendieron con delicadeza. Algunas de ellas se posaron sobre el rostro del joven, que reposaba bajo la sombra protectora del árbol. Luego, con el ceño aún ligeramente fruncido, sus manos se levantaron de forma inconsciente e intentaron, en vano, deshacer el incómodo velo que las hojas habían tejido sobre su semblante.
Y así, en ese breve instante de incertidumbre, los ojos ocultos bajo sus párpados comenzaron a moverse con una inquietud apenas perceptible, como luciérnagas titilantes en la penumbra del sueño que aún se resistía a abandonar.
Sin embargo, incluso los momentos más hermosos están destinados a ser efímeros. Los intentos de Nil fueron infructuosos. Tras un corto lapso, sus párpados se alzaron lentamente, revelando unos ojos cafés como la tierra después de la lluvia. La luz del Sol filtrándose a través de las hojas dibujaba destellos dorados en sus iris mientras él emergía gradualmente, observando el suave movimiento de las hojas, como si la naturaleza misma le diera la bienvenida a su despertar...
—¿Que? —con desconcierto, Nil se levantó del suelo, sus manos temblorosas buscando apoyo en el suelo cubierto de hojas variopintas. Frente suyo, se extendía un espeso bosque sin fin a pocos metros de distancia.
En un estado de confusión, Nil estudió el paisaje, ahora completamente desconocido, como si hubiera cruzado un umbral hacia un mundo nuevo. Cada detalle parecía impregnado de secretos, y sus sentidos se agudizaron mientras intentaba descifrarlos, como si estuviera protagonizando una nueva historia en un libro de transmigración por escribir.
Lo primero que llamó su atención fue la inusual magnitud de los árboles y la vegetación circundante.
Estos gigantes arbóreos se alzaban con un tronco particularmente grueso, que imponía su presencia en el paisaje. Sus ramas se extendían como brazos colosales, sosteniendo hojas que, en comparación con las terrestres, eran notoriamente más grandes. Cada hoja era como una obra maestra en sí misma, con un detallado patrón de venas que se ramificaban como ríos en un mapa.
Aunque tales diferencias podrían pasar desapercibidas a simple vista para un observador apresurado, para Nil, que había vivido parte de su niñez en el campo sabía que estás magnitudes no eran ordinarias ni se asemejaban a las de la Tierra.
En conjunto, este lugar parecía haber sido tocado por una mutación sutil pero fascinante, que se manifestaba en cada aspecto de la vegetación, transformando lo que antaño era familiar en un misterio intrigante...
La perplejidad de Nil se profundizó mientras examinaba minuciosamente este exuberante bosque. La vegetación aquí era tan prístina y virgen que parecía que la maquinaria humana aún no había dejado su huella en él.
—¿He cruzado? —este pensamiento surgió de repente en la mente de Nil. La distancia de este lugar con respecto a la civilización era innegable. Aunque la mera idea de haber transmigrado parecía inverosímil y hasta ridícula, era la única conclusión a la que podía llegar por ahora.
Por supuesto, no había descartado por completo la remota posibilidad de haber sido secuestrado, ya fuera por seres humanos o incluso extraterrestres, pero este pensamiento se desvaneció rápidamente.
La idea simplemente carecía de lógica. Era solo un joven de ingresos moderados, apenas podía permitirse un lujo ocasional. Su profesión no le otorgaba gran beneficio, y además, Nil no tenía enemigos ni conflictos que pudieran justificar algo tan drástico.
Al menos para Nil, el secuestro podía descartarse con seguridad.
Entonces, solo quedaba la última opción que era haber transmigrado. Que el tiempo y el espacio se hubieran doblegado de una manera incomprensible para su mente, acostumbrada a la cotidianidad terrestre. Todo esto, solo para permitir que un ser aparentemente insignificante como él cruzara con éxito a un nuevo mundo y desconocido.
Está opción era la más razonable según él.
Mientras Nil dejaba de divagar en sus pensamientos, se percató de la sombra que se cernía sobre su cabeza. Giró lentamente y contempló con cierta extrañeza al árbol ante él, cuyas frondosas ramas se extendían como una sombrilla.
De inmediato, Nil notó una rareza en este árbol en particular. Era notablemente más pequeño que los majestuosos gigantes que lo rodeaban; se podría decir que, en comparación, los otros eran como colinas y este una loma. El suelo en su proximidad estaba despejado de otros árboles, cubierto solo por las hojas caídas. Era una escena inconfundible.
Mientras contemplaba al particular árbol, sus ojos captaron un conjunto de frutas de un color rojo intenso balanceándose delicadamente en las ramas. se asemejaban a manzanas jugosas y su aspecto resultaba tentador.
Estos frutos parecían esperar, como si desafiaran a los visitantes, como una hermosa mujer cuyos movimientos seductores atrajerían pero cuyo toque permanecía prohibido. Eran frutos que se podían ver pero no tocar, al menos, eso es lo que Nil pensó mientras continuaba observando esta peculiaridad en medio de este mundo desconocido...
El estómago de Nil rugió en ese momento, como una bestia que exigía ser alimentada. Decidió de dejar de lado cualquier otro pensamiento y centrarse en cómo saciar su hambre. Después de todo, antes de abordar otras preocupaciones, uno debe satisfacer las necesidades básicas de su cuerpo.
Se tocó la parte baja de la barriga y la acarició con suavidad, como si tratara de calmar a su estómago gruñón, prometiéndole que pronto lo alimentaría. Luego, levantó la vista mientras se relamía los labios y observaba los frutos rojos que colgaban de las ramas, invitándolo a tomarlos y comerlos.
Con un objetivo claro en mente, Nil bajó la mirada y notó las hojas aplastadas donde había descansado bajo el árbol. Se detuvo por un momento y luego continuó inspeccionando el tamaño del árbol, como si no hubiera ocurrido.
Inmediatamente tuvo dudas sobre si debería subir para tomar algunos de los frutos. A pesar de que el árbol era más pequeño que otros en la zona, no parecía una tarea sencilla para la mayoría de las personas.
Sin embargo, Nil no era el tipo de persona que se rendía sin antes intentarlo. Tragó saliva, sus ojos brillaban de hambre, y se apresuró a trepar el árbol con determinación, como si fuera una bestia impulsada por el instinto, dispuesta a conseguir su ansiada presa...
Después de un tiempo, Nil yacía junto al árbol, su cuerpo pegado a la corteza como un geco, el sudor cubriendo su rostro. En un último intento, con todas sus fuerzas, trató de seguir subiendo, pero finalmente se deslizó y cayó al suelo, derrotado.
Sin energías, permaneció tumbado un rato, inmóvil como un pez muerto, mientras observaba el movimiento etéreo de las hojas. Luego, se incorporó y volvió a mirar al árbol, pero pronto una profunda tristeza lo invadió, haciendo que apartara la mirada.
Después de un breve descanso, sintió la sequedad de su garganta y, con una honda respiración, inició su búsqueda de agua. Ahora, además del hambre voraz, también tenía sed. Parecía que el cielo estaba conspirando en su contra.
A pesar de sus preocupaciones sobre adentrarse en el desconocido bosque, Nil se mordió los labios y continuó caminando. Sabía que si no encontraba agua, se arriesgaba a morir de deshidratación y hambre...
El cielo está despejado, es un día soleado y caluroso.
Tras caminar durante media hora, el sudor ya escurría por su rostro sonrojado, y su respiración se volvía entrecortada. El cansancio ya empezaba a hacer mella en él, y aún no había encontrado un río o arroyo para calmar su sed.
Justo cuando la irritación comenzaba a apoderarse de él, vagamente escuchó el sonido del agua arrastrándose...