Las horas siguientes transcurrieron con total normalidad hasta la última clase. Sonó el timbre y salí con Sophie al pasillo para ir hacia la siguiente y última asignatura.
— Izan me pidió mi número de teléfono. — Solté mientras caminábamos.
— ¡Qué? ¡Dime por favor que se lo has dado!
— No se lo di.
Me miró sorprendida y algo decepcionada.
— ¿Por qué no?
— Porque no me gusta, me parece algo desesperado ¿No crees?
Mi nueva amiga suspiró. — Emily, muchas chicas matarían, ¡matarían! por tener el número de Izan.
— Pues me parece genial por ellas, pero yo no lo quiero.
— Pero ¿Has tenido novio alguna vez verdad?
— ¡Claro que los he tenido! Y por eso mismo es por lo que no quiero otro.
Entramos en la clase de geografía de la señora Pérez, la asignatura que mas odiaba en el mundo, en mi anterior instituto no aprobé ni un examen.
Tomamos asiento en última fila según los alumnos iban entrando. De la nada una chica rubia con el pelo muy largo y los ojos azules se acercó a mi mesa. La reconocí porque ella fue una de las que me miraron fatal en el comedor.
— ¡Hey! Tú debes de ser Emily.
La miré extrañada. — Sí ¿Tú quién eres?
— Olivia, encantada. — Me sonrió mascando chicle de una forma algo exagerada.
— Igualmente.
— ¿Vienes a la fiesta de hoy?
— Ya me lo han preguntado como cinco personas hoy. — Reí. Olivia me miraba feliz pero con los ojos muy abiertos mientras seguía masticando, parecía una lunática. — Sí, si que voy a la fiesta.
— ¡Perfecto! Allí nos vemos.
Se fue a sentar a la primera fila, me pareció muy extraño entonces miré a Sophie, esta me miraba levantando las cejas. Se acercó a mí bajando la voz.
— Esa es la novia de Jayden.
— ¿Jayden?
— Sí, el chico de los tatuajes, es el mejor amigo de Izan ¿Sabes que viene de Italia?— Sonrió ampliamente agitando levemente la cabeza.
— Pero su nombre no suena muy italiano.
Señaló con la cabeza al chico de pelo oscuro que había irrumpido en clase de mala gana horas antes, no quise admitirlo pero sentí algo de envidia por esa chica ¿Cómo lo habría hecho para enamorar a aquel chico? Y lo más importante ¿Por qué había venido a preguntarme sobre la fiesta? Todos estaban súper pendientes de eso, cada vez parecía más una secta en la que nos iban a sacrificar.
Sophie se encogió de hombros y la profesora entró en clase colocando su maletín lleno de folios sobre la mesa, se sentó reclinándose en el asiento y nos miró cansada.
— Bien chicos, ya es vuestro último año así que ya nos vamos a poner serios con vosotros. En mi clase no se come ni se bebe. Ni se masca chicle. — Miró a Olivia.
La rubia de pelo largo se levantó avergonzada y tiró el chicle a la papelera mientras toda la clase la observaba.
— Gracias. A continuación pasaré lista y ya comenzaremos la clase.
Citó nuestros nombres uno a uno como nos había dicho y empezó con su lección, teníamos que estudiarnos todos los ríos y montañas de los Estados Unidos, una asignatura de lo más apasionante. Fue una hora lenta y aburrida, se me cerraron los ojos unas quince veces.
Sonó la campana de fin de clases, recogí mis cuadernos y me despedí de Sophie en lo que iba a dejar mis cosas en la taquilla ya que allí me reuniría con Sam. El pasillo se llenó de gente haciendo que chocáramos todos con todos, de la nada me chocaron por detrás con fuerza, me giré y vi al chico alto de pelo rizado.
— Perdona. — Se disculpó y se fue.
No me dio tiempo a responder así que seguí mi camino hasta que pude ver a Sam apoyado en las taquillas.
— ¿Qué tal las clases? — Me preguntó mientras yo colocaba mis libros.
— Bien, normal supongo.
— ¿De verdad vamos a ir a la fiesta?
Cerré y me llevé la mochila al hombro, seguimos hablando mientras caminábamos hacia la salida. — Claro que iremos, pero no sé, están todos muy centrados en la fiesta ¿No crees?
— Ya, dicen que es una tradición del instituto.
Salimos del edificio y pasamos por delante de la fuente.
— Seguro que nos hacen alguna novatada. — Reí.
— ¿Tú crees?
— Estoy segura. Yo si viniesen nuevos a mi instituto se las haría.
— Pero porque tú eres malvada.
Nos miramos y no pude evitar soltar alguna risa.
— ¡No soy malvada! Sólo me gusta divertirme. — Le miré orgullosa.
— Divertirte haciendo maldades.
Nos dirigimos al coche y Sam se puso de copiloto, yo me senté en donde el volante y me abroché el cinturón, arranqué y conduje rumbo a casa. El mejor amigo de Izan me había llamado mucho la atención, una pena que tuviese novia.
Aparqué en nuestro garaje, era amplio y estaba lleno de trastos inservibles y botellas de cristal vacías. Salimos del coche y subimos las escaleritas que se dirigían hacia la cocina. Sam subió a su cuarto a dejar nuestras mochilas en lo que yo preparaba algo de comer puesto que me había quedado con hambre.
Mientras esperaba a que los macarrones se calentasen en el microondas vi una sombra pasar por la puerta, me giré asustada y preparada para pegar un puñetazo cuando descubrí a mi padre sujetándose en las paredes mientras se tambaleaba.
— ¡Joder papá!
Comenzó a toser y me abalancé sobre él para amortiguar su caída. Estaba con los ojos casi en blanco y no tenía conocimiento.
— ¡Qué has tomado? ¡Dime qué has tomado!
Me miró con los ojos entre abiertos y comenzó a vomitar, le puse de lado para que no se ahogase. Apestaba a alcohol lo cual en parte me alivió. Llamé a gritos a mi hermano y este bajó corriendo las escaleras, al vernos se quedó petrificado. — Hay que llamar a una ambulancia.
— ¡No podemos Sam!
— ¿Es alcohol? — Se agachó y le tomó el pulso. — Vale tiene el pulso algo lento pero no creo que sea muy grave.
Le agarré de las axilas incorporándole. — Llévalo al baño ahora mismo y que siga vomitando allí, ahora limpio yo todo esto.
Mi hermano asintió y le levantó del suelo, aprovechó que mi padre no vomitaba para llevarle al cuarto de baño que estaba debajo de las escaleras. Por desgracia eso era algo muy normal en nuestra casa, dábamos gracias porque esa vez fue a causa del alcohol ya que la mayoría de veces era o por cocaína o por heroína, lo cual era más complicado de llevar. No quería admitirlo porque sonaría muy feo pero muchas veces hubiese deseado su muerte a causa de esas sobredosis, se lo tendría merecido.
Limpié todo el suelo de la cocina y saqué los macarrones del microondas, me preparé mis cubiertos y la bebida y lo dejé todo en la pequeña isla de la cocina. Fui a ver como iban Sam y mi padre. Este seguía vomitando sentado en el suelo y apoyado en la taza del váter pero ya parecía estar más consciente. Paró unos segundos a mirarnos con odio, con asco.
— ¿Cómo te encuentras? — Preguntó mi hermano. Se acercó a él para ayudarle a incorporarse.
Mi padre se separó del váter y se deshizo del agarré de Sam quedando de nuevo sentado en el suelo, nos volvió a mirar algo desorientado.
— Sois unos trozos de mierda. — Escupió.
Sam salió del baño y le dejó sentado en el suelo. La rabia me llenó el cuerpo y no me quedó otra que responder.
— El trozo de mierda eres tu pedazo de hijo de puta. Eres una mierda de padre y una mierda de persona.
— Como sigas te juro que te mato. — Se levantó a duras penas y quedamos a la misma altura.
— Ah, con que vas a matarme... ¿Al igual que a mamá?
Sus ojos brillaban ardientes, se limpió la boca con la manga de su chaqueta y me agarró de la solaba de la sudadera empotrándome con fuerza contra la pared del pasillo haciendo que mi cabeza chocase.
— Yo no maté a nadie.
Le pegué un puñetazo. Sam le separó tirándole al suelo. Me agaché y le señalé con el dedo, sentía que se me saldrían los ojos de la rabia.
— Vuelve a tocarme a mí o a mi hermano y te arruino la vida, escoria.
Miré a mi hermano diciéndole que se lo llevase y asintió. Le levantó de forma brusca y le sujetó en su hombro para dejarle en su cuarto.
— Sam ¿Tú quieres macarrones? — Pregunté antes de que subiesen las escaleras.
Me miró de nuevo y sonrió con mi padre al hombro. — No, muchas gracias pero me quedé lleno esta mañana.
— Está bien.
Les di la espalda y entré a la cocina en lo que escuchaba como le subía por las escaleras para dejarle en su cuarto. Esa casa era un infierno.