Ye Qichen se sintió agraviado. Quería llorar, pero apretó los dientes y lo aguantó. Se negó obstinadamente a llorar delante de su hermana.
Qiao Nian observó cómo el niño bajaba la cabeza y dejaba de comer. No lloró, pero ella podía decir que estaba deprimido. Se sentía impotente y divertida. —¿De verdad quieres vivir conmigo? Puede que no tenga tiempo para jugar contigo —le preguntó suavemente al niño cuando Ye Lan no pudo consolarlo.
Ye Qichen de repente levantó la cabeza. Sus ojos todavía estaban rojos, pero su forma era hermosa. Había heredado perfectamente los profundos contornos de la familia Ye. Su piel era clara y tierna, y era extremadamente lindo. —... ¡Puedo cuidarme solo!
—Solo tienes cinco años. ¿Estás seguro de que puedes cuidarte solo? —respondió Qiao Nian.
