Llegamos a la cena con toda la familia mirándonos mientras bajábamos las escaleras. A Ivan no le importaba, por supuesto, yo estaba tan roja como la salsa que estaba en la mesa. Todo el tiempo Ivan continuaba frotando una mano en mi muslo debajo de la mesa y yo golpeaba su mano para que se fuera, pero cada vez que hacía eso, él agarraría mi muslo y subiría más su mano. Juro por los dioses que este hombre no tiene vergüenza.
—Llegaron tarde —Christine dijo lanzándome una mirada dura—. Si iban a desperdiciar nuestra comida, lo menos que podrían hacer era decirnos de antemano.
—¿Y por qué deberíamos? —Ivan preguntó apoyándose en su silla.
La mirada de Christine se dirigió rápidamente a Ivan, sorprendida por su pregunta. —¿Disculpa?
—Dijiste algo acerca de desperdiciar comida y que nosotros te avisáramos, teniendo en cuenta que yo pago por cada cosa en esta casa, no creo que tengamos que informarte de nuestro negocio —Ivan terminó con un tono duro.