—No, no, no, no —me dije mientras sentía que el miedo me devoraba ante la idea de estar solo en la oscuridad. Odiaba quedarme en la oscuridad. Desde que empecé a tener esos sueños acerca de la oscuridad y la voz helada que me llama, siempre la he temido. Lo desconocido y lo invisible me aterraban hasta la médula. Y ahora, aquí estaba yo, encerrado dentro de un pozo maloliente con solo un poco de nieve se filtraba, enfriándome hasta los huesos. El frío era insoportable, pero no era la peor parte. Era la oscuridad que me rodeaba, envolviéndome en su abrazo asfixiante.
Habría podido intentar usar mis habilidades sobrenaturales para ver dónde estaba, podría usar mis ojos de lobo para ver dónde estaba y hasta intentar escapar, pero la plata que se clavaba en mi piel con cada movimiento hacía que mi lobo se resistiera a salir.