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—Mira, estás a punto de casarte con una familia acaudalada y ya no tendrás que preocuparte por la comida y la ropa, pero ¿qué hay de tu padre? Ni siquiera tengo dónde dormir... —Padre Su lloró—. Erin, admito que te maltraté a ti y a tu madre, pero no puedes simplemente verme morir y no hacer nada...
—¿Así que tú nos puedes hacer daño, pero nosotros no te podemos hacer daño a ti? —preguntó Erin con los ojos enrojecidos—. Papá, esta es la última vez que te llamaré con ese saludo. —Luego, Erin sacó unos billetes de cien dólares y los colocó frente a su padre—. Esta es mi última muestra de misericordia.
Después de hablar, Erin desvió su atención a otra parte.
Al ver que no lograba el resultado deseado, Padre Su se giró y empezó a rogar a Madre Su en su lugar:
—Cariño... sálvame.