—¿Es por ir en contra de Braydon? ¿Crees que todavía guardo rencor? —respondió Rayha Qhobela, su amargura palpable.
—Es tu asunto cómo tratas con Braydon. ¿Por qué iba a tomármelo a mal?
El corazón de Sadie Dudley albergaba resentimiento, helado repetidamente desde su nacimiento, soportando milenios de oscuridad y frío.
Sus primeros recuerdos estaban envueltos en solitaria frigidez, solo iluminados por su tiempo en el Monte Bliz con Braydon, dejando una marca indeleble en su vida.
Rayha cayó en silencio.
A lo largo de los años, su relación con su hija Sadie había permanecido distante, caracterizada por este frío desapego.
Las sonrisas de Sadie parecían reservadas únicamente para Braydon, su preocupación enfocada solamente en él por el resto de sus días.
En un instante, Sadie desapareció, sus pies descalzos pisando la hierba mientras se alejaba de la 1.ª ruina, aventurándose sola en el Mar del Espíritu en busca de su estimado amigo.