Braydon Neal aceptó la explicación sin más vacilación.
En la vasta extensión del universo, colosales estrellas adornaban el lienzo celestial, su disposición inalterada durante milenios.
Aun en medio de este tapiz cósmico, una nave estelar negra que abarcaba miles de kilómetros atravesaba el espacio como un behemoth en movimiento.
Su velocidad era nada menos que notable, superando incluso la velocidad de la luz mientras navegaba a través de las estrellas sin desviación.
La nave estelar ejercía un poder enigmático, cortando estrellas como si fueran meros obstáculos en su camino.
La mera velocidad generaba una fuerza de corte sin precedentes, desapercibida por cualquier alma en la desolada extensión del cielo estrellado.
Mientras tanto, Braydon, situado lejos en el Mar de Espíritu, permanecía ajeno a la grandeza del reino estelar, sin haberse aventurado nunca en sus profundidades.
Acercándose a él, Kohen Neal sugirió: