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En toda la Pequeña Ciudad Divina, el señor de la ciudad ostentaba una posición incuestionable.
Para un extraño, rechazar la invitación del señor de la ciudad era un movimiento arriesgado.
Era prácticamente lo mismo que invitar a su propia muerte.
Sin embargo, el que declinaba la invitación no era otro que un descendiente de un dios.
La mera identidad de un descendiente de un dios hablaba por sí sola.
Nadie se atrevía a expresar descontento.
Era claro y sencillo: los descendientes de los dioses eran inherentemente orgullosos.
No era sorprendente que descartaran al señor de una ciudad distante.
Braydon Neal residía profundamente dentro del Hotel Zinno, donde nadie se atrevía a molestarle.
No obstante, era una noche inquieta en la Pequeña Ciudad Divina.
La aparición del descendiente de los dioses en la Pequeña Ciudad Divina despertó la emoción entre incontables aborígenes que nunca habían puesto ojos en tales seres.