El vuelo hacia Barcelona transcurrió sin contratiempos.

Una llamada la noche anterior lo había sacado de su rutina. Era urgente. Una oferta que no podía rechazar, dijeron. El trato se concretaría en España, un lugar que rara vez visitaba por negocios. La incertidumbre lo carcomía, pero Matteo no podía resistirse a la tentación del potencial de ganancias.

Cuando el avión tocó tierra, la omnipresente brisa marina trajo consigo una premonición inquietante. Una sensación extraña se apoderaba de él y se fundía en la boca de su estómago. No había nada que cuestionar. Era una reunión oficial y a su vez, una orden por parte de su padre. Si alguna vez lo atraparan, su caída sería estrepitosa y llevaría a la de muchos otros.

Mientras se dirigía a la reunión en un lugar de la costa española acompañado de dos de sus más fieles hombres, los pensamientos oscuros rondaban por su mente. Sus negocios en Italia habían sido prósperos, pero también habían dejado un rastro de secretos y sospechas. Y es que, ¿Quién creería que un hombre a sus veintinueve años era multimillonario de la manera más limpia posible? Aún así, su fachada como "empresario" funcionaba bastante bien.

El encuentro se llevó a cabo en un restaurante alejado de las miradas curiosas, cerca de un puerto pesquero en desuso. En cuanto pasó por la puerta del local, se encontró con los socios comerciales españoles que eran conocidos por su hermetismo.

Todo parecía ir según lo planeado, hasta que un estallido irrumpió la tranquilidad de la reunión. Las sombras se agitaron y las balas silbaron el aire. Tanto los socios como sus dos guardaespaldas luchaban armados contra quienes habían acabado con la paz de la reunión. No sabía quién estaba detrás de la emboscada, pero su instinto de supervivencia estaba más alerta que nunca.

"È qui! L'uomo è qui!", gritó un contraparte.

Los españoles fijaron sus ojos en Matteo D'Angelo y rápidamente sus ceños se fruncieron.

"¡Traidor! ¡Este puto italiano nos ha tendido una trampa!"

Y antes de que pudiera desenfundar su propia arma, un disparó en su dirección le cortó la respiración brevemente, pero quien había recibido el impacto no había sido él, sino uno de sus hombres.

"Salga de aquí, jefe."

Sus pasos iban rápido en dirección a lo que parecía ser un edificio en construcción, si lograba llegar, podría esconderse allí hasta que los españoles y el otro grupo de italianos desaparecieran de la zona.

El ruido del motor de una motocicleta lo hizo girar su rostro para ver detrás de su espalda. Ambos hombres con casco le impidió ver sus rostros. Y antes de que pudiera pisar la construcción, el hombre sentado detrás del conductor estiró su brazo firmemente mientras empuñaba un arma.

El mundo de Matteo D'Angelo se desvaneció en la oscuridad cuando cayó al suelo tras un disparo en su pecho. Los sonidos de la persecución y la confusión se desvanecieron gradualmente mientras luchaba por mantenerse consciente. La última voz que escuchó antes de caer en la inconsciencia fue la del hombre que le disparó, murmurando: "È finito, dillo al capo."