—Momo, ni siquiera tengo miedo de engordar —bromeó Ahn I-jen—. ¿Por qué tienes miedo tú?
—Eres una cultivadora. Mientras practiques, puedes mantener tu figura.
—No eres como yo, que solo puedo perder peso de otras maneras.
—Eso es cierto.
—Pero, Hermana Ahn, ya tienes muy buena figura. ¡No tienes que esforzarte tanto en perder peso! —se rió entre dientes y dijo Qin Yimo.
—Eres una aduladora.
—Vamos —se rio a carcajadas y dijo Ahn I-jen.
—¡De acuerdo! —asintió obedientemente Qin Yimo.
Entonces, Qin Yimo, Ahn I-jen y los demás salieron del vestíbulo y abandonaron el aeropuerto en un coche.
Una caravana avanzaba lentamente por la carretera.
Qin Yimo y Ahn I-jen iban sentadas en un Bentley rojo en el medio.
Las dos mujeres se sentaron en la fila trasera y comenzaron a charlar.
—Momo, no te apresures a irte esta vez. Debes quedarte conmigo unos días más —dijo Ahn I-jen.
—De acuerdo, nos quedaremos unos días más —asintió y dijo Qin Yimo.
