—El Dragón Dorado de Nueve Garras fusionándose con su cuerpo no le trajo beneficios en términos de nivel de cultivación.
Se trataba más de oportunidades y suerte.
Incluso se rumoreaba que aquel que se integrara con un Dragón Dorado de Nueve Garras tendría cierta posibilidad de comprender la habilidad divina de la raza de dragón.
Eventualmente, cuando todos los Dragones Dorados de Nueve Garras se habían fusionado con sus cultivadores elegidos, un temblor vino repentinamente del río, y una grieta apareció en el medio del río.
La grieta continuó expandiéndose y una luz dorada centelleaba y amenazaba con cegar los ojos de los que la miraban.
El aura que se extendía se volvía más y más densa. Todos miraban curiosos y, finalmente, una armadura apareció en su campo de visión.
La armadura era blanca como la nieve y estaba rodeada por un halo. Era como una túnica de batalla. Por su aura, era obvio para todos que era un tesoro precioso.
