—Sí, Mamá. Seguro que no quiero terminar como este hombre —dijo Henry—. Un idiota que no puede diferenciar entre el bien y el mal. Un padre que mató a su hijo y un esposo que traicionó a su esposa.
Marlon estaba enfurecido cuando fue burlado por su hijo, a quien llevó a su casa por lástima. Señaló a Henry y le gritó:
—¡Eres un hijo de puta! ¡Deberías agradecer que te acogí! ¡Tú y tu puta madre vivirían en la calle si no fuera por mi bondad!
—¿Es tu bondad o la de Dahlia? —Henry se burló—. Sabía que querías echarme porque me ves como un pecado que necesitas enterrar. Fue su bondad la que te obligó a aceptarme, Marlon.
—¡TÚ…!
—Déjalo ser, hijo —interrumpió Dahlia—. Sus palabras fueron como agua fría derramada en su cabeza.
—Dahlia, por favor…