—Jacob, tú eres mi hijo. No importa que no compartas mi sangre —dijo Ethel con tristeza—. Por la expresión en la cara de Jacob, era obvio para ella que ya había descubierto la verdad.
Jacob estaba desconsolado. Esperaba escuchar algo diferente. Esperaba ser demostrado equivocado, pero no que su madre admitiera que Robin tenía razón. Así, Jacob se sintió engañado y su corazón estaba pesado.
—Así que, es cierto —Jacob parecía furioso—. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pudiste arrancarme de mi familia? —La furia hervía dentro de él mientras miraba de cerca a la mujer que había conocido toda su vida como su madre.
Ethel era patética. Sabía que lo que había hecho estaba mal, pero no lo lamentaba por el profundo amor que Jacob le mostraba.
Creció como su padre, aunque no tenía el parecido que Robin tenía de él. Jacob nunca se sintió atraído por ninguna mujer y Ethel pensó que era porque aún no había conocido a la persona correcta.