Robin estaba sorprendido y la abrazó desde atrás, apoyando su cabeza en su hombro.
—Te amo tanto. Nunca lo pensé de esa manera, y te informaré si ella llama de nuevo —susurró, y su cálido aliento hizo que sus orejas se enrojecieran.
—Está bien —respondió Sabrina—. Robin la soltó, se tumbó sobre su espalda y miró al techo sumido en pensamientos profundos. Girándose hacia su lado, le preguntó,
—Entonces, ¿puedes acostarte aquí? No haré nada que no quieras que haga. Solo quiero dormir mientras sostengo tu lindo vientre.
Con renuencia, Sabrina se acostó en la cama dándole la espalda, y sus dedos se deslizaron bajo su vestido, encontrando su vientre desnudo y acariciándolo.
Sabrina sintió algo extraño y colocó su mano sobre la de él para detener su movimiento.
Ambos se entendieron sin hablar, quedándose dormidos en esa posición sin soltarse las manos.
En el ático de Daniel.