—Empecé a aprender hace unas semanas —dijo honestamente Robin—. Sabrina estaba asombrada por el hombre que estaba de pie frente a ella en un delantal sirviendo la comida que había preparado con un aroma fantástico.
No había empleadas a la vista para que ella pensara que alguien más había cocinado la comida por él.
—Robin, ¿realmente eres tú?
Robin estaba teniendo sentimientos encontrados, incapaz de decir si ella estaba feliz o dudaba de él.
—Sabrina, sé que he sido un imbécil pero tú me enseñaste a amar. Estas eran las cosas que solías hacer por mí pero las di por sentado hasta que te fuiste. ¿Estás lista para comer? —preguntó educadamente.
Sabrina sonrió, incapaz de quitarle los ojos de encima. Bueno, ya que él había cocinado, ella estaba ansiosa por saber qué sabor tenía.
—Sí, sí lo estoy.
Los labios de Robin se adelgazaron en una sonrisa ante el entusiasmo que demostraba por comer la comida.