Una hora había pasado desde que salí de la oficina de mi padre y subí las escaleras a mi habitación, pero las asombrosas noticias no me permitieron recuperarme rápidamente. Mientras estaba sentada tranquilamente en mi cama, con Faith Vienne acostada a mi lado, contemplé las palabras de mi padre. Realmente no tenía malas intenciones, pero no pude ignorar el dolor que sentía en mi pecho al pensar que tenía que abandonar mi refugio seguro, la Mansión Crawford. Se me ocurrió antes que necesitaba irme de este lugar, pero nunca cruzó por mi mente que sería la próxima semana. Tan pronto...
—No debes preocuparte por Faith Vienne, Beatrix —dijo Alexander Crawford suavemente mientras ponía una mano en mi hombro izquierdo—. La soledad brillaba en sus ojos como si él tampoco quisiera que me fuera, pero debía hacerlo por mi bien. Aclaró su garganta antes de continuar:
