Su cuerpo era sorprendentemente suave y cálido al tacto. Mis ojos se cerraron involuntariamente mientras saboreaba la sensación cosquillosa provocada por el ardiente calor de su piel contra la mía. Por primera vez, me di cuenta de la fina capa del camisón de seda que llevaba puesto, el pensamiento hizo que mis mejillas se sonrojasen en un tono rojizo. No es que él vaya a darse cuenta de lo que llevo puesto, está oscuro, me aseguré a mí misma. Me llevó a la casa con sorprendente facilidad, como si no pesara más que una pluma. Llegamos al vestíbulo sin hacer mucho ruido. A pesar de su gran y musculoso cuerpo, él podía moverse con la ligereza de un gato.
—Por Dios, sujeta mi cuello si no quieres que nos caigamos por la escalera —siseó.