El reloj de abuelo marcó la llegada de la medianoche. Asustada por el sonido, mis palmas se movieron hacia mi pecho alarmadas mientras mi sorprendida mirada se desviaba hacia el objeto cercano. Me atribuía el estar nerviosa a la falta de sueño. Debería estar profundamente dormida ahora mismo —me decía a mí misma mientras me apoyaba en el cabecero, con la mirada perdida al frente—. Pero cada vez que cierro los ojos, un par de ojos azules como el océano, que me recuerdan a una hermosa laguna, siguen persiguiendo mis pensamientos.