La suavidad de sus dedos desplazándose sobre mi piel casi me hizo cerrar los ojos. Sus dedos trazaron el contorno del tatuaje en mi piel desnuda, del cual no estaba consciente hasta que él me habló de su existencia.
—Una hermosa rosa y un rosario —murmuró distraídamente, su respiración pesada contra mi espalda.
Estaba tan cerca de mí que de repente me di cuenta de mi desnudez. Presioné la camisa que me acababa de entregar contra mi pecho para cubrir mis senos desnudos.
Intenté ignorar su presencia, pero era imposible. Era difícil ignorar a un semidiós de más de seis pies de altura, lleno de músculos imponentes y un encanto irresistible. Especialmente porque estaba acariciando mi espalda de una manera tan suave que nunca supe que era capaz de hacer.
—Si no me amabas, ¿por qué tenías que poner mi nombre en tu piel?
Antes de que pudiera responder, me levantó del suelo como si no pesara más que una pluma y giró mi cuerpo hacia él hasta que lo enfrenté.