—Trinidad.
—Vale, pues no podía decir muy bien que la voz no me tenía asustada. Para empezar, ¿cómo podía hablar con mi voz ahora en lugar de la de otra persona? En segundo lugar, ¿por qué me decía que esas cosas horribles eran lo que realmente había en mi corazón? Y finalmente, ¿por qué no podía ignorarla como a esa otra voz que había estado oyendo?
—No puedes ignorarme, Trinidad, yo soy tú. Soy los pensamientos y los sentimientos que has enterrado profundamente en ti misma. Soy la verdad de tu corazón que no dejas que el mundo vea. Puedo ocultarme de los demás, pero no puedo ocultarme de ti. Yo soy tú, Trinidad. Soy la parte oscura de ti a la que no quieres enfrentarte.
—Déjame sola —le contesté a la voz—. No quiero escucharte. No quiero pensar en ti.
—No tienes elección, Trinidad. Yo soy la tú que ha estado oculta en la oscuridad. Yo soy la tú que nunca te dejará. Yo soy la tú que incluso a ti te asusta.