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Reece
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—Fue perfecto, Trinidad. Simplemente increíble. El primer bebé está aquí y es un niño. —Las palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza. Sé que lo que dijo era cierto porque esa era la razón por la que estábamos aquí, pero eso hizo que todo fuera diez veces más real para mí. Yo era padre y Griffin estaba sosteniendo a mi hijo en sus brazos.
—¿Cómo está él? —Trinidad jadeaba, todavía tratando de recuperar el aliento por el esfuerzo que había hecho para dar a luz a nuestro primer hijo—. ¿Está bien? —Entiendo por qué estaba nerviosa. Aún no lo habíamos oído llorar.
—¿No se supone que los bebés deben llorar cuando nacen? ¿No era ese el modo en que se desarrollaba? Los bebés llegaban al mundo llorando. Eso fue lo que todos creíamos. Entonces, ¿por qué nuestro bebé aún no lloraba?
Entonces la abracé fuerte, con nervios corriendo por ambos. No dije nada. No tenía que hacerlo. Trinidad había dicho lo único que yo habría sido capaz de decir en ese momento.