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Trinidad
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—Solo recuerda las reglas por ahora y todo irá bien —refunfuñó, mirándome con enojo—. Algo en mí simplemente estalló. No podía contenerme más, fuera Alfa o no. Toda mi vida había escuchado este tipo de tonterías de parte de mi abuelo, no las necesitaba de él tampoco.
—¿Y cuáles serían esas reglas? —pregunté sarcásticamente—. ¿Someterme a tus caprichos, no tener voz ni voto en mi vida, ser un objeto como los muebles?
—Tienes un espíritu rebelde, ¿verdad?
—¿Cuál fue tu primera pista? —le pregunté—. ¿Fue la primera, segunda, tercera o cuarta vez que traté de escapar de ti? ¿O te diste cuenta ahora? No podía controlar mi tono de voz. Mi actitud salía a flote. La misma que había trabajado tan duro para controlar durante años cuando lidiaba con mi abuelo. Pensé que podría usar la misma estrategia disciplinada para enfrentarme al Alfa, pero no estaba teniendo éxito. Vi cómo se le ensanchaba la sonrisa y un destello maligno en sus ojos.