—Digo que es suerte, ¡y sin embargo todos se niegan a creer! —exclamó.
—Si afirmara que fue fuerza, ¿no descansarían hasta haber prevenido esta inminente guerra?
Oliver Walker escudriñaba los alrededores, la sonrisa en sus labios inalterable —Todos somos descendientes de la pirámide, hijos de Yan Huang. No deberíamos dividirnos entre el mundo secular y el mundo de las artes marciales antiguas. ¡Deberíamos disfrutar conjuntamente de las grandes tierras dejadas por la Gran Secta del Emperador! —manifestó con convicción.
—Por eso hoy, ¡he venido con sinceridad! —aseguró.
—La única pregunta es si están dispuestos a dejarme ir con la paz en la mano —cuestionó.
—Pero... —dudó un instante y luego afirmó con decisión— solo tengo una cosa que decir, si llega a la guerra, que venga. ¡Mi División del Dragón de decenas de miles, junto con el millón fuerte de la Guardia Nacional, ciertamente os acompañará hasta el final!
