Cuando Estefanía vio el pequeño cuchillo apoyado en su cuello, se paralizó.
Nunca esperó que Connor tuviera a sus subordinados acechando entre la multitud.
Giró la cabeza y miró al hombre gordo fuera de la ventana del coche. Con los dientes apretados, dijo en voz baja:
—¿Cuánto te pagó Connor? Te daré diez veces esa cantidad. Solo déjame ir ahora, y puedo darte el dinero de inmediato.
Al escuchar sus palabras, Bruno no pudo evitar sonreír. Con una sonrisa sarcástica, respondió:
—Señorita, su oferta es ciertamente tentadora, pero vea, soy el guardaespaldas del Sr. Connor. Hago lo que él me pide. ¡Puede ir a hablar con él y ver si está dispuesto a dejarla ir!
—Tú... El rostro de Estefanía se llenó de desesperación al instante.
No podía entender por qué estas personas estaban tan dedicadas a proteger a Connor, quien ya había perdido todo.