El silencio entre ellos era ensordecedor y casi parecía que habían vuelto al principio, al tiempo en que Caña la veía como la hija de Gerald y él mismo como su amo.
Y tal como se esperaba de él, no hubo explicación. No retomó la conversación sobre lo que Redmond había dicho antes, simplemente se mantuvo en silencio. Dejó que la otra persona pensara lo que quisiera, sin darle idea de lo que había en su mente.
Lo que dijo Redmond había abierto una lata de gusanos y esto hacía que todo el progreso, incluso el vínculo de pareja entre ellos, palideciera en comparación con el dolor que trataban de olvidar.
Lo que pasaba antes eran un montón de cosas no dichas, caía en la misma lista de cosas que pretendían que nunca habían pasado, como cuando Caña encontraba consuelo cada noche abrazando a Iris o cómo hablaban del dolor y las cicatrices la otra noche.