Alpha Dog CH1
La noche caía como un velo de sombras, oscureciendo las calles de una ciudad donde el poder y la corrupción tejían sus redes. En el corazón de un barrio humilde, la casa de los Valverde se erguía como un bastión de resistencia. Andrés y Camila Valverde, líderes de la comunidad, se habían convertido en la última barrera entre los Rothpond, una familia embriagada de poder, y su insaciable ambición. Sus voces se alzaban contra la injusticia, y por ello, habían firmado su sentencia de muerte.
Dentro de la modesta vivienda, Angel y su hermano Rafael dormían tranquilamente, ajenos a la tormenta que estaba por desatarse. La noche era silenciosa, pero en la penumbra, sombras acechaban. Tres hombres vestidos de negro, sigilosos como depredadores, rodeaban la casa. Uno de ellos sacó un teléfono y susurró unas palabras antes de colgar. La orden estaba dada.
La puerta principal cedió con un crujido sordo. Andrés Valverde, al escuchar el sonido, se levantó de inmediato. Sabía que este momento llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto. Sin vacilar, corrió hacia la habitación de sus dos hijos, despertando a Camila en el proceso.
—¡Camila, despierta! ¡Han venido por nosotros! —susurró con urgencia, tomando un bate de madera que guardaba bajo la cama.
Ella rápidamente entendió lo que sucedía. Su mirada se dirigió a la cuna donde dormía Rafael y a la pequeña cama donde Angel descansaba. Su corazón dio un vuelco, pero no había tiempo para dudas. Andrés se plantó en la puerta, listo para pelear, mientras Camila intentaba esconder a sus hijos en un pequeño compartimento debajo de la escalera.
Los pasos resonaron en el pasillo. Un disparo rompió la quietud de la noche. La bala impactó en la pared junto a la cabeza de Andrés, quien reaccionó lanzando un sólido golpe al primer atacante con el bate. El hombre cayó hacia atrás, pero los otros dos no dudaron. Más disparos se escucharon, esta vez impactando el cuerpo de Andrés. Camila ahogó un grito, cubriendo la boca de sus pequeños, que veían la escena con los ojos llenos de terror y lágrimas.
—Corre con tu hermano y no mires atrás —susurró Camila antes de abalanzarse sobre los asesinos de su esposo con la fiereza de una madre desesperada.
Pero la batalla estaba perdida. Un disparo más, y ella cayó junto al cuerpo de su esposo. La sangre se esparció por el suelo de la casa que una vez fue su refugio.
Los hombres revisaron la vivienda. Sabían que había niños, y la orden era clara: no dejar testigos. Los pequeños no corrieron como les ordenó su madre. Angel, abrazando a Rafael, contenía la respiración mientras escuchaba los pasos cada vez más cerca de su escondite. Uno de los asesinos miró debajo de la escalera, y sus fríos ojos se encontraron con los de Angel.
—Aquí están —gruñó, extendiendo la mano.
Angel intentó resistirse, pero uno de los hombres lo golpeó severamente en repetidas ocasiones, arrastrándolo fuera de su escondite. Uno de los hombres levantó el arma, apuntando directamente a su frente. Rafael lloraba a su lado, incapaz de comprender la tragedia que los envolvía. Súbitamente, otro de los hombres tomó a Rafael del cabello y lo arrastró fuera de allí. Momentos después, se escuchó otro disparo.
Angel, desesperado al no saber si su hermano estaba bien, trató de ponerse de pie solo para recibir otro golpe. El hombre justo antes de dispararle fue persuadido por el líder del grupo.
—No vale la pena gastar balas en esto —dijo el líder. —Está herido. No sobrevivirá.
El hombre asintió y se alejaron, dejando a Angel en la oscuridad de la casa teñida de rojo.
Angel sintió el calor de su propia sangre en la cabeza. La visión se le nublaba, mientras una última imagen quedaba grabada en su mente: los cuerpos de sus padres, inertes en el suelo.
Al salir de la casa, el líder ordenó a sus hombres que la quemaran, para después alejarse en un vehículo.
Dentro de la vivienda, un pequeño niño maltrecho luchaba por arrastrarse hacia sus padres. Al alcanzarlos, encontró a su madre aún con vida. Con una débil pero dulce voz le dijo:
—Mi angelito, tienes que salir de aquí. Vive, por favor… ¡vive! —susurró antes de que su mano cayera inerte sobre el suelo.
Angel, al darse cuenta de esto, lloró con una tristeza desgarradora, pero rápidamente el humo y el sonido de vidrios explotando lo trajeron a la realidad. Tenía que salir de allí. Con lo último de sus fuerzas, levantó su pequeño cuerpo y salió de lo que fue su antigua vida.
En ese momento, juró que algún día, los que hicieron esto pagarían con sangre por lo que habían hecho.
Dentro de un vehículo, una mujer joven recibía una llamada mientras encendía un cigarrillo.
—Está hecho. —dijo una voz con frialdad.