Cuando el jinete llegó a la iglesia abandonada, que yacía en las entrañas del bosque de Creta, pudo notar que las puertas de esta estaban entreabiertas y que adentro avivaba la tenue luz de una llama. Desmontó entonces su alazán y se dirigió hacia la edificación en ruinas, dejando plasmadas sus huellas sobre el manto de nieve que había cubierto cada rincón del bosque en aquella noche de ventisca.
Vaciló un poco al estar frente a la entrada de la iglesia, miró con desdén las dos puertas de cedro en el umbral, y sacó las dos hachas de doble filo que llevaba sujetas en su espalda, las alzó al cielo y los rayos de luz de luna emitieron un destello en ellas haciéndole saber que el afilado era perfecto. Las regresó a su espalda y las sujetó de nuevo en las correas de su chaqueta negra. Se acomodó el paño rojo que le cubría la parte superior de la nariz, la boca y el cuello y se dispuso a entrar sin más miramientos.
Por adentro aquel lugar no era distinto, ruinas, podredumbre y el notable paso del tiempo y el abandono se avistaban en cada rincón. El piso estaba cubierto por hojas secas que crujían a cada paso que el extraño daba mientras que los vitrales, en su mayoría, estaban rotos y sus trozos yacían esparcidos por el suelo, sin embargo, había algo que no encajaba en aquel lugar abandonado. Cerca del crucero yacía una fogata la cual ardía alimentada por unas cuantas ramas secas. El jinete se acercó a ella, acto seguido se sacó los guantes de cuero y acercó las manos al fuego sintiendo un cierto placer por la calidez de aquella llama en una noche en que los vientos gélidos azotaban sin misericordia. Después de unos breves segundos volvió a ponerse los guantes y siguió explorando aquel lugar. Admiró algunas imágenes pintadas en las paredes, en estás se podían contemplar unos ángeles en unas poses extrañas que desafiaban todas las leyes de la física y la naturaleza mientras hacían muecas un tanto perturbadoras.
Luego de un rato de vagar, dentro del que alguna vez fuese un lugar sagrado, se sentó en una de las pocas bancas que aún quedaban en pie. Observó la gran cruz de madera que colgaba torpemente detrás del altar, sostenida por dos cadenas viejas y oxidadas, la cual se balanceaba cada vez que un soplo de viento se filtraba por los vitrales rotos. Y en el altar vio que habían dos copas de oro y en medio de estas un mortero con algún tipo de líquido espeso y verdoso dentro de él, el cual aquel extraño dedujo había sido usado en algún tipo de ritual pagano.
Contempló la fogata por otro breve momento, escuchando atentamente aquellos pasos que se dirigían hacia él. Había estado oculta entre las sombras, alejada de la escasa luz que la fogata y la luna brindaban en aquella noche oscura, sin embargo, él ya había percibido su presencia desde el momento en que pisó el umbral de la iglesia. Siguió fingiendo ajenidad ante la situación mientras sondeaba cada movimiento que aquella figura hacía. Se movía silenciosa, con mucha cautela para no ser descubierta, cuidando cada paso de sus pies descalzos, evitando la hojarasca que había en el suelo para no hacer ningún ruido. Se acercó sigilosamente hasta quedar a unos escasos centímetros de la banca donde reposaba aquel intruso. Fue en ese instante que extrajo un pequeño trozo de vidrio de su vestido negro, el cual recogió antes que aquel extraño entrara a la iglesia, y lo alzó con la intención de apuñalarlo.
El alarido hizo eco en todo el bosque y la sangre comenzó a teñir de carmesí el suelo de la iglesia. El movimiento fue tan veloz que la mujer no pudo advertir cuándo su antebrazo fue atravesado por aquella daga que el extraño sacó silenciosamente de su chaqueta.
—Por fin te encontré miserable bruja– exclamó aquel hombre.
La bruja logró sacarse la daga del antebrazo, entre llanto y dolor, y arremetió con esta misma en contra de su agresor, el cual esquivó su ataque y con un golpe en el estómago la hizo caer vomitando sangre.
—No eres más que escoria— dijo aquel extraño mientras acertaba un rodillazo en la cara de la mujer, seguido de una patada que la hizo rodar hasta estamparse contra uno de los pilares de la nave principal.
Desde ahí pudo ver cómo aquel hombre se acercaba paulatinamente hacia ella, quien pese al dolor y a tener el rostro cubierto de sangre, intentaba ponerse de nuevo en pie, sin embargo, un nuevo golpe la mandó de cara al suelo.
—Sera mejor que ya no te levantes, así tú muerte llegará más rápido, pues esta noche he de juzgarte por tus pecados.
—¿¡Quién carajos eres tú para juzgarme!?- bramó la bruja mientras se arrastraba por el suelo— ¡sucio cazador hipócrita!, no eres más que un asesino que se esconde tras las faldas de su Dios.
Esta vez el mismo cazador levantó a la bruja cogiéndola fuertemente del pelo hasta que su rostro estuvo cerca del de él.
—Deja ya de blasfemar maldita escoria, solo hago el trabajo de Dios.
—¿Y cuál es ese trabajo maldito cazador, atacar a mujeres indefensas?— escupió en la cara de su agresor—no me hagas reír…
Una nueva patada en el estomago calló en seco a la bruja, la cual sintió como los intestinos le estallaban por la saña con la que había sido golpeada. Luego su cara fue estampada contra el suelo para terminar siendo arrojada con gran fuerza contra el presbítero. Sintió como crujían sus costillas al estamparse contra el altar y otra vez se encontraba en el suelo, vomitando viseras y sangre, sin embargo, ahora su suerte había cambiado.
—Ya es hora— dijo el cazador mientras tomaba las hachas de su espalda— Dominik Laviour, bruja de Montepierre, hoy has de pagar por tus pecados.
La mujer le dedicó una mirada llena de ira y el cazador se topó con unos ojos intensamente negros, tan profundos que parecía que podían ver su alma.
—Es una pena—dijo el cazador al detenerse frente a la mujer que lo miraba iracunda- que una mujer tan bella vaya a morir en un lugar como este.
—¡El único que va a morir aquí eres tu maldito cazador!— gritó la mujer, quien había logrado hacerse con el mortero que yacía encima del altar, para acto seguido proceder a beberse el líquido verdoso que había adentro de él.
La bruja empezó a reír a carcajadas mientras su cuerpo se comenzaba a retorcer ante la mirada confusa del cazador.
—¿Qué has hecho bruja maldita?- preguntó al ver cómo el cuerpo de la bruja se iba deformando de a poco— no importa acabaré contigo ahora mismo.
Intentó lanzar un golpe con su hacha, sin embargo, la bruja la detuvo sin ningún problema, luego le asestó un golpe que lo mandó de lleno a estrellarse contra una de las paredes, la cual se agrietó por el violento impacto. Desde ahí pudo advertir que la situación se había vuelto muy peligrosa, pues aquella mujer ahora era un monstruo de unos tres metros, con una boca anormalmente grande y deformada, por la cual asomaba una lengua muy larga y de forma bípeda entre hileras de dientes putrefactos. Sus manos se habían vuelto enormes y en estás se podían apreciar unas enormes garras, mientras que en su cuerpo musculoso se avistaban unas protuberancias en forma de espinas que sobresalían de su columna vertebral.
—¡Maldito engendro del mal, ahora muestras tu verdadera forma!— exclamó el cazador incorporándose de nuevo, adoptando una posición de batalla.
La bruja emitió un rugido feroz y comenzó su arremetida mientras el cazador, por su parte, también arremetió en contra de ella.
El golpe le entró de lleno, un manotazo de aquella bestia que lo hizo volar por los aires hasta atravesar una de las bancas con su cuerpo. Poco tiempo le quedo de reaccionar pues la criatura ya arremetía nuevamente contra él. La bruja le soltó un zarpazo, pero el cazador logró esquivarlo al rodar hacia un lado, en un mismo movimiento que aprovechó para sacar otra daga de su chaqueta, pues por el impacto anterior había soltado sus hachas. Lanzó la daga y logró impactar en el hombro de la bruja, sin embargo, esta no se inmutó y en cambio volvió a rugir de forma iracunda.
El cazador logró vislumbrar una de sus hachas, pero al intento de ir por ella, una vez más se topó con una enorme y monstruosa mano que lo envió de nuevo al suelo. La bruja clavó sus garras en el suelo intentando perforar el pecho de su rival, el cual nuevamente rodó para esquivar el ataque. A rastras logró llegar hasta una de sus hachas justo en el momento que la criatura volvía al ataque, esta vez el cazador pudo provocarle una herida en el ojo tras golpearla en la cara con su arma. El monstruo soltó un nuevo rugido y esta vez su boca se deformó todavía más, ya que la mandíbula inferior de esta se separó en dos partes haciendo que la horrible lengua de la bestia quedará totalmente expuesta. La monstruosidad rugía y lanzaba golpes al aire, algo que el cazador aprovechó para ir en busca de la segunda hacha.
Una nueva herida le fue provocada a la criatura, la cual atacaba sin sentido, presa de la ira, lo que favorecía al cazador quien había recuperado el control de la batalla, ya que el filo de sus armas entraba y salía provocando distintas laceraciones en el cuerpo de la bestia. Un corte más en la pierna la hizo perder el equilibrio y al caer al suelo el cazador intentó asestarle el último golpe saltando a su espalda para poder cortar desde ahí su cabeza, sin embargo, el monstruo se recuperó y de un salto se quitó a su rival de encima, al mismo tiempo que se aferró a una de las paredes con sus garras. Desde ahí comenzó a dirigir su siguiente ataque, moviéndose entre el techo y los pilares, de una nave a otra, columpiándose con sus enormes brazos como si se tratara de un primate.
El cazador seguía a su presa con la mirada, a la espera que está lanzará un ataque, en cambio, la bruja tenía otro plan en mente, pues arrancó un pedazo del techo y lo lanzó hacia él. Este logró esquivarlo pero más trozos de la infraestructura comenzaron a caer desde arriba haciendo que fuera muy difícil evadirlos todos.
Logró refugiarse del incesante ataque al ocultarse tras uno de los pilares del edificio, pero la criatura no dio tregua y en un movimiento rápido se abalanzó contra el suelo, cogió una de las bancas y la lanzó con dirección al pilar antes de volver a saltar al techo. El impacto sacó de su escondite al cazador, el cual se veía asediado una vez más por una lluvia de escombros, de los cuales uno logró impactar contra él al ser vencido por el cansancio. Cayó al suelo, aturdido por el golpe, mientras que un hilo de sangre ya emanaba de su frente.
La criatura descendió del techo y vio su oportunidad de acabar con todo de una vez por todas. Mientras tanto, el cazador se arrastraba intentando de alguna manera recuperarse del daño recibido, pero era demasiado tarde, la criatura lo sujetó con una mano y lo levantó hasta que quedó justo delante de su boca, la cual se separó todavía más preparándose para engullir a su víctima.