Ankheti, se deslizaba torpemente por las angostas calles de Imbaba. El suelo inestable dificultaba su movilidad y la basura acumulada formaba un mar de plástico, latas, cristales y una diversidad de mugre, posiblemente infecciosa, que no resultaba en su ventaja. Sin embargo, tenía un objetivo claro: encontrar algo que llevarse a la boca al final del día. Cualquier precaución quedaba a la sombra de su máxima prioridad: mantener el "sigilo", si es que se podía llamar así. El plan era simple: robar un puesto de comida. La ejecución, pésima.
Después de varios minutos de navegar un laberinto entre paredes insípidas, vagabundos molestos y ratas revoltosas, finalmente llegó a su objetivo. Se encontraba en una esquina que daba a una calle medianamente transitada. Su mirada estaba fija en el pequeño puesto que había seleccionado. Tras algunos minutos de meditación, sacó con torpeza un cuchillo afilado de su cinturón, que estaba escondido de manera rudimentaria entre este y su camiseta. Dado que era visible desde el exterior, su ocultamiento resultaba sospechoso. Razón por la cual decidió resguardarse. Era un cuchillo de cocina bastante mediocre, tomado directamente del cajón de la cocina de su difunta abuela. Sin embargo, ella ya no estaba y él había estado sintiendo el retumbar de su estómago vacío durante un buen tiempo. Por lo tanto, saltó rápidamente de su escondite y se movió hacia el puesto, tratando de ser veloz.
Llegó temblando como gelatina, sosteniendo el cuchillo a una distancia de poco más de un metro del vendedor, y con una mueca estúpida en su rostro, balbuceó:
-"D-dame todo, t-todo lo que tengas..."
El latido de su corazón era ensordecedor, y quedó paralizado en su lugar. Temblando, intentó tomar algo de comida del puesto con su mano libre. Se dio cuenta de que había dejado de apuntar al vendedor con su arma, lo cual le sobresaltó aún más. Giró sobre sus talones y su camiseta, que estaba enganchada en una de las cajas de comida, provocó una reacción en cadena que terminó tirando todas las cajas al suelo. Un estruendo resonó detrás de él. Salió corriendo mientras le gritaban desde varios ángulos, y corrió como un demonio hasta su escondite en los callejones nuevamente.
Después de un torpe tropiezo con lo que la planta de su pie percibió como una gran mancha maloliente, resbaló irremediablemente en el asfalto, cayendo de cara en el polvo. Las cucarachas escurridizas y algunos cristales desafortunados, que más que causarle daño, le asustaron al verlos, resultaban ser lo menor de sus preocupaciones. Un ardor frío en el costado de su abdomen picaba con fuerza en su sistema nervioso. Llevó sus manos a la zona afectada, corroborando sus temores. Un líquido tibio y cálido acogió sus manos, la pequeña fuente de sangre que brotaba de su herida lo hizo retroceder, pero su reacción no hizo más que abrir aún más la herida, como una grieta que se extiende bajo presión. El filo del cuchillo había rasgado más carne al caer sobre él.
Arrastrándose por el suelo, logró avanzar unos metros más adentro de los callejones. Temía que alguien lo viera en tan patética condición, temía ser descubierto, temía que lo atraparan. Tuvo tiempo de echar un vistazo a un espejo roto apoyado en la pared: un joven de no más de 20 años miraba desde el otro lado de la superficie fragmentada, junto a los otros gemelos idénticos repartidos en los pedazos de cristal. El chico se tocó a sí mismo en el reflejo, balbuceando sin sentido. Tenía una tez morena, cabello castaño con greñas rizadas que caían en desorden. Poco a poco, su vitalidad empezaba a desvanecerse. Sus labios entumecidos eran un claro signo de...
El frío abrasador de las tinieblas lo acogió sin aviso, descendiendo como una hoja meciéndose en la brisa hacia la penumbra. Se permitió hundirse en ese abismo oscuro, un lago negro cuyas profundidades eran insondables, un pozo de silencio y oscuridad que eclipsaba incluso los recovecos más sombríos de su ciudad. La sensación era abrumadora, una soledad que trascendía desafiando su concepto previo de aislamiento. Sin embargo, en medio de la negrura, encontró un extraño consuelo, una invitación a dejar atrás la lucha y rendirse a la quietud eterna.
En ese reino de sombras puras, una voz susurrante emergió como un eco que resonaba hasta el infinito, una voz que exigía atención.
"Joven alma, la batalla no ha llegado a su fin, al menos no en este mundo. Te otorgo una oportunidad adicional, pasarás a formar parte de 'la mazmorra'."
Y así la luz surgió, arrastrado por una corriente fugaz de energía, emergió de las sombras en un torbellino que lo arrebató de la plácida penumbra, arrojándolo a la tierra con violencia. Los huesos, inertes y fríos, emergieron primero, dispuestos en el suelo como piezas dispersas de un rompecabezas. Desprovistos de sensación, yaciendo incómodos y sin conexiones, esperaban su transformación, se unieron en una danza de precisión, entrelazándose en una estructura sólida. La carne siguió, como una marea que devoraba la estructura ósea con. Cada fibra, fue inundada por una masa viscosa de sangre y tejido graso, reconstituyendo lo que una vez fue.
Las venas se extendieron como ríos que trazaban mapas invisibles, infundiendo vida al cuerpo en reconstrucción. Las capas de piel se superpusieron, ocultando los órganos vitales bajo su protección, una armadura de carne. Los músculos, erguidos y protuberantes, recorrieron su camino interior, rellenando el vacío con su presencia fibrosa. Y en medio de la metamorfosis, el ser comenzó a convulsionar. Los sonidos guturales escapaban de su garganta, en un torrente de aullidos discontinuos.
El sistema nervioso creció, entrelazando hilos dentro del tejido orgánico, dando lugar al cerebro que se albergaba en el cráneo. La cámara del pensamiento, el santuario de la conciencia, se forjaba en la oscuridad, listo para recibir a su ocupante. Y así, en el último acto de este renacimiento, la consciencia nació, emergiendo de la nebulosa del ser recién formado.
La cabeza latía al ritmo de la sangre que pulsaba a través de sus venas. El dolor, afilado y penetrante, se aferraba a su mente, incómodo y persistente. Abrió los ojos y se encontró desnudo, tendido sobre un suelo húmedo que parecía cubierto por una extraña sustancia similar a la placenta. Las paredes que lo rodeaban eran de piedra, imponentes y ominosas. Con esfuerzo, se alzó y se apoyó en la misma pared que lo sostenía, tratando de recobrar la compostura.
Las luces tenues, danzando en las paredes de piedra, actuaban como faros en su camino. Aunque sus pasos eran inciertos y su propósito vago, una fuerza desconocida lo impulsaba hacia adelante.
La humedad persistía a medida que avanzaba, una compañera incómoda en su travesía. Al observar el suelo, una visión perturbadora se reveló: un rastro de sangre fresca, como un río carmesí que fluía desde el punto donde había emergido hasta el final del pasadizo. Inmóvil, contempló la vía de sangre que parecía invitarlo a continuar.
Las sombras se abrieron ante él, revelando una entrada sin puerta hacia otra cámara. La atmósfera era densa y desagradable . Sin embargo, su curiosidad era más fuerte que su instinto de precaución, y cruzó el umbral. Mientras se quitaba distraídamente una capa de piel que colgaba de su hombro, sus ojos se posaron en un objeto singular: un huevo de ónice oscuro suspendido en el aire, emitiendo una luz mortecina y azulada que parecía latir en sincronía con su pulso. Un escalofrío recorrió su espalda al presenciar la escena.
Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar completamente, una voz ajena se deslizó en sus pensamientos, invadiendo su mente con una presencia abrumadora. El intruso en su cabeza habló con una autoridad.
"Rata, no huyas esta vez. Has estado escapando durante toda tu vida, y mira lo que has logrado."
Las palabras se enroscaron en su mente, como si alguien estuviera manipulando los hilos de sus pensamientos. A pesar de su confusión, respondió con una mezcla de desafío y temor:
- "¿Y tú quién eres para juzgarme? ¡Desgraciado!
Sus ojos escudriñaron el espacio, buscando una figura que no podía identificar. La voz, persistente, respondió:
"Estoy aquí, justo delante de ti. No apartes la mirada esta vez. Soy alguien que conoces, aunque hayas decidido olvidar: soy tu ego."
El huevo oscuro flotaba en el aire, adoptando una posición de dominio sobre él, como una presencia que lo envolvía en su aura misteriosa. A medida que el huevo hablaba, su resplandor aumentaba en intensidad, una luz azulada que parecía pulsar en armonía con las palabras que resonaban en la mente del protagonista.