"No hay peor infierno como en el que vivimos"
Una chica con sueños reprimidos, de ilusiones rotas; él... solo con un pasado del cual se culpaba, una cruz con la cual cargaba todos los días de su vida, aquella que lo prisionaba.
No hay mejor pecado tan dulce y hermoso, él estaba dispuesto a ser su ángel caído, aquel que quería mostrarle el cielo y el verdadero infierno a la vez.
Una madre que aborrecía el pecado, y que estaba dispuesta a cualquier cosa.
El pecado puede ser disfrazado de intensas cosas. Tan candida imagen allanado cual cuerpo lascivo. Suaves manos paralizadas, inexperiencia e inocencia siendo abandonada. Remplazando la cordura y sensatez por indecencia.
¿Qué inocencia? Ya no quedaba nada.
No hay mejor pecado por cometer. Solo necesitaba de su ángel dañado, aquel que estaba dispuesto a entregarse por completo, aquel que la libertaria de su preciado infierno, sin imaginar que aquel sería el camino hacia el verdadero.
Solo anhelaba en silencio llegar pronto a su cielo.
Ella solo quería liberarse; él solo quería amarla.
Una chica con tantos sueños reprimidos, sin cariño o algo que se le parezca, su religión era su vida, y para él, ella se convirtió en la suya.
Daría incluso su vida para que ella esté bien, sería su guía, su confidente, su amante a escondidas, que gloria y su perdición. No llegó para corromperle, llegó para liberarla.
—El pecado está allá afuera, en cada rincón de este mundo. Una aberración, cual Eva en el jardín del Edén, arrastrándose hasta la debilidad —soltó con voz brusca— ¡Es una falta hacia nuestro creador! Ve al sótano y pide perdón de rodillas.
—Sí, madre.
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