El jueves 14 de marzo de 2013, aproximadamente a las 8:54 de la mañana, fallecía en el hospital Guillermo Junco a la edad de trece años. Murió en un ataque sorpresa de, supuestamente, los gremios en la ciudad de Buenos Aires. Sus familiares lo velaron en la ciudad de Resistencia, incluyendo a sus amigos y camaradas del Circuito. Hasta el mismísimo Esteban estuvo presente, su rostro de seriedad reflejaba el disgusto que sentía por las personas que habían asesinado a este muchacho. Aunque el testimonio de uno de los presentes de aquel acto dijo muy claramente que había visto a los gremialistas asesinar a Guillermo. Sin embargo, Esteban no creía que hayan sido los gremialistas porque hace poco se había dado cuenta de que alguien más estaba en este juego, su nombre era claro los "Testigos" la última vez que escuchó su nombre fue cuando su padre le contaba sus aventuras cuando era pequeño, desde entonces nunca más volvió a escuchar ese nombre.
Esteban caminó hasta el ataúd abierto de su amigo, tocó su mano fría y dura, parecía que estaba tocando un maniquí de plástico. Luego le hizo el saludo al Circuito, que básicamente es pasar tu dedo índice por tu frente en forma "X", e hizo lo mismo en la frente de su amigo:
— Descansa en paz, amigo —dijo Esteban con una voz triste.
Luego sacó de su bolsillo una agenda y se lo colocó en sus manos.
— Espero que con esto puedas seguir con tus anotaciones.
Esteban cerró los ojos, inclinó su cabeza y comenzó a caer las lágrimas por sus mejillas, pero nunca se escuchó su llanto, solo se podía ver sus lágrimas recorriendo su rostro. Esteban soltó la mano de su amigo y fue a dar un discurso, después de todo, él era el último que recitaría unas palabras a su amigo.
— Guillermo fue un gran amigo, siempre fue muy amable y decidido en su posición, me alegra haberlo conocido, él fue un gran camarada, siempre fue alguien de un gran corazón y mente, alguien de un gran corazón, alguien que amaba a sus padres y amigos. Alguien…. Alguien que cada vez que tenía que tomar una decisión miraba a Guille, esperando que fuera la correcta —luego susurró para sí mismo—. Prometo encontrar al inhumano para arrancarle la asquerosa piel de su asqueroso cuerpo.
Las palabras de Esteban resonaron huecas en los corazones de los familiares de su amigo. Estaban tan sumidos en el dolor que parecían incapaces de prestar atención a lo que él había dicho. Sin embargo, hubo una excepción, su primo, quien, a pesar de estar sentado en el último banco, dejó ver claramente en su rostro una expresión de enojo y furia. Casi se podría decir que estaba dispuesto a ayudar a Esteban a vengar la muerte de su amigo.
Una vez que Esteban terminó su discurso, salió del velorio en compañía de sus cinco amigos. Ester, una mujer de cabello rojo y rizado que solía vestirse como un hombre. Tarah, su novia, que por primera vez llevaba zapatos. Freud, un chico nacido en Inglaterra que había jurado proteger a Esteban, vestía con ropas formales de color negro y llevaba un pañuelo rojo en el cuello. Addel, con su característico humo blanco que le cubría la cara. Y Xendí, el robot guardaespaldas de Tarah.
Aquel día estaba nublado, como si el cielo mismo estuviera llorando la pérdida de un niño. Mientras Esteban caminaba por la vereda, acompañado por sus amigos y su novia, se cruzó con Candado en medio de la calle. Candado estaba acompañado por Hammya, Clementina, Héctor, Declan, Anzor, Lucas, Erika, Viki, Lucia, Germán, Pío y Matlotsky. Todos ellos se dirigían al funeral, y en ese momento tuvieron que enfrentarse cara a cara. Esteban dio un paso al frente y dijo con amargura:
— No pensé que tu horrenda cara estaría aquí en un día como hoy.
Candado respondió con calma:
— No me busques, Esteban. Guillermo también fue mi amigo, a pesar de nuestras diferencias ideológicas. Sería un insulto si no estuviera presente.
Esteban lo miró con recelo y agregó:
— Nadie quiere ver tu rostro aquí, Candado. Hemos recibido informes de que tu "clase" fue la responsable de su asesinato.
Candado se mostró indignado:
— Eso es inaudito, mis camaradas nunca se atreverían a asesinar a tus compañeros.
La tensión en el aire se volvió palpable. Declan sacó su sable y lo colocó amenazadoramente en el cuello de Candado, mientras Freud transformaba su brazo en un taladro y lo apuntaba al cuello de Declan. Esta situación provocó que Anzor desenvainara su espada y la apuntara al pecho de Freud.
— ¡SUFICIENTE! —gritó Candado, tratando de poner fin al conflicto.
Esteban intervino:
— Freud, cesa el ataque, por favor —ordenó.
Freud obedeció y retiró su taladro, mientras que Anzor guardó su espada. Candado miró a Esteban y dijo:
— Mira, sé que me odias, pero voy a ir al funeral quieras o no.
Tan pronto como Candado pronunció esas palabras, se retiró del lugar con sus compañeros siguiéndole. Declan miró a Freud y declaró con determinación:
— Nadie me amenaza de esa forma. Iré a por ti más tarde, estúpido.
Freud respondió desafiante:
— Eso quisiera verlo, Irlandés. Muéstrame esa fuerza.
Esteban intervino con calma:
— Freud, vámonos.
Freud, obedeciendo esas palabras, le sacó la lengua a Declan y se fue junto a Esteban.
— Eso fue muy infantil —comentó Esteban.
Freud, avergonzado, respondió:
— Discúlpeme, señor.
Esteban se dirigió hacia su Circuito, una casa pintada de azul que funcionaba como su sala de reuniones. A diferencia del gremio de Candado, el Circuito de Esteban estaba construido dentro del pueblo para tener un mejor conocimiento de lo que ocurría en la zona y evitar estar cerca de Candado, algo que le molestaba profundamente.
Al ingresar a la casa, el ambiente era sombrío y triste. Nadie había pronunciado una palabra desde su llegada. Tarah, que en realidad era de otro gremio, había decidido quedarse afuera y le dio un beso de despedida en la mejilla a Esteban, prometiendo que volvería. Esteban la abrazó y luego cerró la puerta detrás de ella. Se dirigió hacia donde estaban sus compañeros, sentados alrededor de una mesa redonda, con la cabeza inclinada en luto. Habían perdido a un valioso camarada y amigo ese día.
Esteban tomó asiento, cerró los ojos por un momento y luego los abrió para mirar a su alrededor. La escasa luz provenía de una ventana que iluminaba el asiento vacío de Guillermo. Recordó los momentos compartidos con su amigo, cómo Guillermo solía anotar todo lo que decía Esteban y las ideas que aportaba al grupo para mejorar su estatus en la sociedad. Sea cual fuera la razón, Guillermo ya no estaba con ellos, y Esteban sentía un vacío doloroso.
Golpeteó la mesa con sus dedos y se puso de pie. Luego, caminó hasta un estante frente a él y observó los marcos con fotos individuales de sus amigos. Finalmente, centró su mirada en la foto de Guillermo. Con manos temblorosas, tomó el cuadro de su amigo y lo descolgó de la pared. Sus amigos observaron en silencio mientras Esteban retiraba la foto con tristeza. Luego, llevó el cuadro a una habitación contigua y lo guardó.
Freud rompió el silencio y preguntó con preocupación:
— ¿Está seguro de esto, jefe?
Esteban, con la voz llena de tristeza y sin mirar a Freud, respondió:
— Sí... absolutamente.
Entonces, Esteban guardó el cuadro, lo cubrió con una manta negra y cerró la puerta detrás de él. Sabía que nunca volvería a ver el rostro de su amigo. Tanto en el Circuito como en los gremios, era esencial dejar a un lado los sentimientos, ya fueran la ira, el dolor o el amor. Si uno ocupaba el cargo de presidente, debía mantener una postura firme y equilibrada para evitar el caos. A pesar de las numerosas historias y anécdotas sobre Harambee en los gremios, en el Circuito también existían relatos sobre Tanatos. A pesar de su siniestra reputación como asesino desalmado, no se podía olvidar que también era un ser humano con sentimientos. Muchas personas lo habían seguido ciegamente.
Una de las historias más recordadas de Tanatos ocurría cuando estuvo en Bélgica dando un discurso a sus seguidores. Durante esa charla, uno de sus seguidores, considerado su hermano, fue apuñalado en pleno discurso de Tanatos y cayó muerto en sus brazos. Se dice que Tanatos rompió en llanto y permaneció en el lugar durante un día entero. Fue en ese momento que pronunció palabras que quedaron grabadas en la memoria de quienes estuvieron presentes y se transmitieron a las generaciones futuras: "Es triste perder a un ser amado, lo sé, pero si llevas una responsabilidad muy grande en tu espalda, nunca dejes que tus sentimientos te dominen, porque así no sirves de nada. Habrá un momento y un lugar para llorar". Estas palabras se convirtieron en una especie de ley para el Circuito.
Por primera vez en muchos años, Esteban, quien siempre había tratado de cambiar la forma de pensar de los demás, aceptaba uno de los discursos de Tanatos, a quien había calificado como un "asesino ideológico". A pesar de su resistencia inicial, le dolía en el alma darle la razón a Tanatos. Esteban solía ser visto desde un punto de vista diferente, considerado por Candado como alguien con un pensamiento "cóctel" que combinaba las palabras de Harambee y las de Tanatos. Esto iba en contra de la ideología del F.U.C.O.T. (Frente Unificado de Circuitos y Gremios), que consideraba que las palabras de Tanatos debían ser la ley suprema. A pesar de las tensiones con sus superiores, Esteban había ganado las elecciones para el cargo de Mariscal Íntegro, una posición de alto rango en los Circuitos, equivalente al presidente, aunque el verdadero poder residía en el Gran Consejo General. Aunque aún enfrentaba desafíos y críticas, mantenía el apoyo de sus electores.
Guillermo solía afirmar que Esteban representaba el futuro de una posible paz entre los Gremios y los Circuitos, pero esa perspectiva aún se veía distante debido al profundo odio arraigado entre estas dos facciones.
Esteban se dejó caer en su silla una vez más y miró fijamente el papel sobre la mesa que decía "Testigos". Una pregunta atormentaba su mente: ¿Quiénes diablos eran y qué planeaban? A pesar de saber que no era el momento adecuado, él era un líder y no podía permitirse hundirse en la tristeza; tenía que tomar medidas.
—Addel, cuéntame todo lo que sepas sobre los Testigos —le pidió, con una mirada de determinación.
—Bien, he descubierto que estos individuos no son los mismos Testigos de hace varios años —respondió Addel con seriedad.
—¿Qué quieres decir con eso? Explica, por favor —insistió Esteban, impaciente.
Addel se ajustó el pañuelo y continuó, eligiendo sus palabras con cuidado.
—Los individuos con los que me crucé ya no llevaban el distintivo tatuaje oscuro en sus rostros que solía ser su sello distintivo. Son una especie de imitación barata de lo que solían ser. Ya no intentan cambiar el alma de sus víctimas, sustituyéndola por otra para tener control absoluto sobre ellos. Esa práctica parece haber quedado en el pasado. Lo único que los vincula a su nombre original son las máscaras, el lenguaje, los conjuros y, por supuesto, su antigua misión de liberar a Tanatos.
Esteban frunció el ceño mientras procesaba la información. La misteriosa secta de los Testigos parecía haber cambiado sus métodos, pero su objetivo oscuro seguía siendo el mismo. La incertidumbre se cernía sobre ellos mientras se adentraban en un territorio desconocido lleno de peligros y enigmas por resolver.
—Pero… ¿Tánatos no había muerto?—Preguntó Ester.
—No, Tánatos no murió, simplemente fue aprisionado por Harambee en una caja, su ubicación es totalmente desconocida—dijo Esteban con sus dedos cruzados a la altura de su mentón.
—No lo entiendo ¿Por qué Harambee no intentó matarlo?—preguntó Freud.
—¿Qué te hace pensar que no lo hizo? Tánatos es inmortal, matarlo no era una opción, nadie sabe cuándo, cómo ni por qué, pero uno de sus amigos más cercanos dijo que él tuvo que ver a la muerte en persona.
—Entonces, ¿Cómo hizo eso?
—No seas ingenuo Freud, matarse es lo más fácil de este mundo, pudo haberse pegado un tiro, saltó de un acantilado, se envenenó, yo qué sé, cualquiera de estas opciones pudo haber usado, después de todo solo hay que ser bastante estúpido para quitarse la vida.
—Es… muy especulativo desde ese punto.
—¿Tu qué opinas Guille?
Esa pregunta llamó la atención a todos y les volvió a recordar que él ya no está con ellos, la habitación volvió a estar en silencio triste, esa alegría y ganas que daba ese muchacho quedaron en el pasado. Cuando el propio Esteban se dio cuenta de eso, cerró los ojos y puso sus manos en su frente, a pesar de que la conversación había empezado para intentar olvidarse de su amigo, su subconsciente y la costumbre lo traicionaron, no podía olvidar que alguna vez en ese asiento estuvo Guillermo.
—¿Señor, está usted bien?
—Sí Ester, estoy bien, es solo…
—¿Solo qué?
—Nada, olvídalo y sigamos con los informes, ¡ADDEL!
—¿Sí?
—Continúa por favor.
—Bien, no sé a ciencia cierta qué quieren específicamente, pero creo que van tras Candado. Al menos, las dos últimas veces que me encontré cara a cara con ellos, fue en una situación relacionada con él. —¿Por qué querrían quitarle la vida a ese chico? —No lo sé, señor, pero deseaban matarlo, al igual que a usted.
Esteban quedó mirando la mesa pensativamente, tratando de asimilar lo que Addel le había revelado, en busca de una explicación razonable.
—Y si… y si realmente quieren matarlo, eso podría desencadenar una guerra —Esteban entrecerró los ojos—. No me gusta la idea de entrar en otro conflicto, especialmente si mancha la reputación del Circuito. —Comprendo lo que dice. Hoy en día, muy poca gente en el planeta ha olvidado lo que el Circuito hizo. No somos vistos con buenos ojos por los demás. Para ellos, siempre seremos lo mismo: asesinos —añadió Addel.
Esteban golpeó la mesa con fuerza, expresando su frustración.
—Es por eso que decidí asumir el liderazgo. Mis padres y abuelos fueron miembros del Circuito, pero nunca hicieron daño a nadie. Siempre ayudaron a los demás. Por eso, me convertí en líder, para mejorar nuestra política y romper con todas las costumbres vinculadas a Tanatos —luego, dirigió su mirada al asiento vacío de su amigo—. Guillermo confiaba en mí, y no lo defraudaré —después, observó a cada uno de sus compañeros—. La pregunta es: ¿¡ESTÁN CONMIGO!?
Todos sus compañeros se pusieron de pie y respondieron con un fuerte "Sí". Estaban dispuestos a seguirlo sin importar a dónde los llevara.
Después de este apasionado discurso, Esteban levantó el puño y proclamó:
—Prometo no descansar hasta que cada hombre, mujer y niño vea con buenos ojos a los Circuitos. Candado traicionó mi confianza hace mucho tiempo, y me aseguraré de que pague un alto precio por esa traición.
Después de pronunciar esas palabras, Esteban concluyó la reunión. Sus camaradas se acercaron y lo abrazaron, ya que su discurso los había motivado a continuar luchando por una causa común: la paz. Esa era la única cosa en la que podían pensar en ese momento, poner fin a las divisiones entre ellos y demostrar que eran más fuertes que Candado, para ganarse el respeto de la O.M.G.A.B.
Una vez que todos se retiraron, Esteban se sentó en un sillón, tomó un vaso de vidrio y empezó a contemplar el asiento vacío de su difunto amigo. Sin embargo, no se dio cuenta de que Addel no se había ido a ningún lado; simplemente se había ocultado para observar a su amigo. Cuando Esteban se llevó el vaso de vidrio a la frente, y descansó su otra mano en el apoyabrazos del sillón, que parecía una pequeña mesa. Luego, aflojó el nudo de su corbata y cruzó las piernas.
—Bueno, ¿sabes? Siempre tenías la última palabra en todo. Siempre intentabas escudriñar mi mente y sacar lo que estaba pensando —inclinó la cabeza y dejó escapar algunas risas—. Nunca debí... Nunca debí haberte dejado ir solo allí. Fui un tonto, un completo tonto. Debería haber ido en tu lugar. Si tan solo no te hubiera escuchado y hubiera ido contigo, estaríamos aquí, brindando y riendo juntos. ¿En qué estaba pensando? ¿¡EN QUÉ MIERDA ESTABAS PENSANDO!?
El grito repentino asustó a Addel, lo que lo hizo retroceder un poco de Esteban, aunque no demasiado. Cuando Esteban recuperó la compostura, Addel se acercó nuevamente y continuó escuchando.
—Cuando me dijiste que me habían convocado para ver a un tal emisario, te ofreciste inmediatamente para ir en mi lugar. ¿Por qué lo hiciste?
Luego, miró el techo con una expresión desanimada y pesimista.
—Lamento no haber estado ahí para pelear a tu lado. Me siento patético, como si estuviera dando falsas esperanzas a los demás. Parece que soy una rata miserable que se arrastra día a día en busca de migajas de comida —apretó el vaso con fuerza, causando una pequeña fractura en el cristal—. Me considero un líder incompetente. Si ni siquiera pude protegerte a ti, ¿Cómo puedo tomar decisiones como líder?
Al escuchar estas palabras, Addel inclinó la cabeza. Aunque su rostro estaba oculto por el humo blanco que emanaba de él, se podía percibir su tristeza. Siguió escuchando a Esteban mientras este llevaba el vaso fracturado hasta su sien.
—Es extraño, nunca pensé que tendría que vivir con esta herida en mi interior —Esteban soltó una leve carcajada y continuó—. ¿Qué haría Candado en mi situación? Sé que suena estúpido hacer esta pregunta, pero tú solías citar a Candado y aplicar sus enseñanzas aquí, a pesar de que te lo prohibía. Pero eso no te detenía.
Esteban se puso de pie, caminó hasta el asiento de su amigo, se detuvo y prosiguió.
—Por ti, Guille —Esteban levantó el y brindó, para después bajarlo.
Cuando Addel escuchó el vaso posarse en la mesa, desapareció sin dejar rastro.
Esteban se encaminó hacia la puerta de salida, se detuvo, acomodó nuevamente su corbata y salió de la casa. Lágrimas rodaban por sus mejillas, y para empeorar las cosas, estaba lloviendo. El agua empapaba su cuerpo, pero no le importaba en lo más mínimo. En su mente, esa era la penitencia que debía soportar por no haber protegido a su amigo y por no haber asumido plenamente su papel de líder del Circuito. Guillermo era una persona excepcionalmente bondadosa y nunca habría causado daño a nadie. Desde ese día, Esteban llevó una cinta negra envuelta alrededor de su brazo derecho.
Las calles del pueblo estaban desiertas, ya que todo el mundo había acudido al funeral de Guillermo. Esteban era la única excepción, no porque no quisiera asistir ni porque temiera llorar nuevamente, sino porque sentía que no tenía derecho a estar allí. Pensaba que el ataúd debería contenerlo a él en lugar de Guillermo. ¿Qué expresión debería poner una vez más? Sentía que debió haber sido él quien muriera, pero la vida había decidido llevarse a otra persona. Su corazón estaba cargado de tristeza y debilidad, mientras que su mente guardaba la rabia y el deseo de venganza. Anhelaba encontrar al responsable de la muerte de su amigo y acabar con él, pero no de una manera rápida y silenciosa como él había imaginado, sino de forma estruendosa y repugnante. El infierno sería el paraíso después de lo que planeaba hacerle.
Mientras Esteban contemplaba cómo trataría al asesino de Guillermo, se topó con alguien a quien no quería ver, alguien que le inspiraba repulsión y odio: Candado Ernést Catriel Barret, un traidor en su lista negra. En ese día, su paciencia estaba al límite. Era probable que si se acercaba, Esteban liberara todo su odio y amargura contra él. Sin embargo, ese deseo de vencerlo lo llevó hasta donde se encontraba Candado, sentado bajo la lluvia con un paraguas, mirando al vacío. Esteban corrió hacia él y saltó, intentando asestarle una patada llena de chispas, pero Candado lo percibió y, de manera astuta, inclinó su paraguas en su espalda. Esteban pensó que su ataque no tendría éxito, pero cometió un grave error, ya que al chocar su pie con el paraguas, se produjo un ligero ruido, tanto en el paraguas como en su pie, acompañado de un intenso dolor. Esteban cayó al suelo, aturdido y dolorido, agarrándose la pierna y rodando de un lado a otro.
—Eres un tonto de marca mayor. Atacarme por la espalda no fue una buena elección —dijo Candado con desprecio.
Esteban se puso de pie y lanzó un puñetazo eléctrico hacia el rostro de Candado, pero este inclinó su cuerpo a tiempo y contraatacó con un puñetazo en el pecho de Esteban, haciéndolo caer nuevamente al suelo.
—¿Qué crees que estás haciendo? Nunca antes dabas golpes tan predecibles y infantiles.
—¡Cállate! Ya estoy harto. Empate, empate, empate, siempre un empate. Es hora de que haya un ganador —gritó Esteban con furia en los ojos.
—¿Estás peleando conmigo solo para aliviar la tristeza por la pérdida de tu amigo Guillermo? Qué patético. Nunca pensé que alguien como tú recurriera a lo irracional en busca de racionalidad.
—¡SILENCIO!
Esteban transformó sus brazos en electricidad pura y saltó contra Candado. Sin embargo, este lo detuvo con sus manos con calma, ya que llevaba guantes de látex blanco que lo protegían de la electricidad. Esto enfureció a Esteban aún más, sintiendo que Candado se burlaba de él. Pero Esteban optó por no devolver los ataques. En cambio, esquivó o bloqueó los golpes uno por uno, con determinación de no permitir que Candado obtuviera la satisfacción de lastimarlo. Candado, por otro lado, buscaba ser castigado por Esteban, ansioso por recibir sus golpes, en otras palabras, quería que Esteban lo lastimara, pero este no le daría ese placer. Decidió esquivar y bloquear cada golpe con una sola mano.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué no peleas? —preguntó Esteban con furia.
Candado no respondía; simplemente bloqueaba los ataques de Esteban con su mano. Esteban carecía de precisión, enfocándose únicamente en los mismos lugares: el pecho, la cabeza, las piernas y la cintura de Candado. Estos cuatro blancos se volvieron predecibles, y Candado podía anticipar y bloquear los golpes sin esfuerzo. A medida que Esteban se enojaba más, sus golpes se volvían aún menos certeros. Se alejaba y lanzaba relámpagos y rayos hacia Candado, pero este los detenía con su paraguas de platino. Sus poderes de energía no eran rival para el artefacto de Candado. Mientras Esteban se ensuciaba de barro, mugre y odio, Candado permanecía limpio y sereno, sin mostrar ninguna emoción en su rostro, manteniendo su expresión fría.
Esteban, cansado de no poder causar ni un rasguño a su rival, decidió formar una esfera de energía muy poderosa y lanzarla. Pero Candado, sabiendo lo que se avecinaba, optó por atacar. Golpeó a Esteban repetidamente en las piernas, los brazos, el pecho y le propinó una patada en la cintura. Esto hizo que Esteban volara y chocara contra un árbol, aumentando su estado de suciedad. Candado bajó su pierna, acomodó su corbata negra y se acercó lentamente a Esteban, paso a paso, como si el tiempo no tuviera importancia.
Cuando llegó junto a Esteban, se agachó, se quitó la boina y cerró los ojos. Esteban aprovechó esto para darle un fuerte puñetazo en la cara. Su rostro reflejaba una gran ira y, al mismo tiempo, una satisfacción placentera. Al finalizar, Candado volvió a colocarse la boina, abrió los ojos y miró a Esteban con frialdad.
—¿Ya estás satisfecho? ¿Te hizo sentir mejor todo este alboroto para golpearme? —dijo Candado con indiferencia.
—Sí, es una sensación muy gratificante —respondió Esteban con una sonrisa.
—¿Te alivia esto?
—Por supuesto, yo...
—Eres un idiota.
—¿Qué? Tú...
—Me atacaste para que te enfrentara, sientes culpa por perder a tu amigo, piensas que debiste ser tú en su lugar, crees que de esta manera encontrarás redención si eres castigado por alguien como yo. Eres un idiota. Ambos conocíamos a Guillermo, y los dos sabemos que él no estaría contento si te viera de esta manera. Mírate, idiota: sucio, cubierto de barro, empapado, triste, abatido, enfurecido. ¿Qué te sucedió?
—¡CÁLLATE!
—No, no pienso hacerlo —Candado agarró la camisa de Esteban por el cuello, lo levantó y lo aplastó contra el árbol—. Eres Esteban Bonaparte Everett, líder del F.U.C.O.T. y mi enemigo. ¿Crees que yo, después de todas las veces que empatamos, te vencería de esta manera?
Esteban se enfureció y trató de empujar a Candado, pero no pudo liberarse.
—¡NO ME TOQUES! Eres un traidor, ¡YO CONFIÉ EN TI! Y me apuñalaste por la espalda. ¿Quién eres para hablarme así? ¡NADIE! No eres nadie, solo un traidor. Puedes engañar a otros, pero no a mí —Esteban inclinó la cabeza y miró nuevamente a los ojos de Candado—. Eres una persona horrible. No me detendré hasta verte completamente destrozado. Guillermo siempre creyó que había una razón detrás de tu traición, siempre lo pensó. Sin embargo, yo, solo yo, supe por qué lo hiciste: porque eras un cobarde, nada más.
—Si eso es lo que crees, tienes todo el derecho a pensar lo que quieras. No importa cuántas veces te lo repita, la respuesta siempre será la misma —Candado soltó a Esteban y se alejó caminando.
—Así es, huye, cobarde. No eres más que un maldito Judas. Algún día te arrepentirás de lo que has hecho.
Esteban lanzó una patada al árbol con fuerza, dejando una marca en el tronco debido a su furia. Cuando logró calmarse un poco, Esteban abandonó el lugar mientras liberaba chispas eléctricas. Su cuerpo parecía un cable defectuoso, su ira y angustia habían crecido aún más. Esta vez, ya no era solo su culpa, sino también la de Candado. La furia lo llevó a tener pensamientos oscuros; ya no solo quería vencer a Candado, sino que ahora deseaba su muerte.
Mientras avanzaba, se notaba claramente su estado deteriorado. La lluvia había logrado limpiar algunas manchas de barro de su traje, pero seguía viéndose en mal estado. Su rostro reflejaba pura ira, y su cuerpo parecía un poste de luz arrojando chispas. A pesar de que no tenía un destino claro y caminaba sin rumbo, sus piernas parecían llevarlo instintivamente a su propio Circuito.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —se preguntó Esteban en voz baja.
—Lo que hiciste afuera fue muy estúpido —dijo una voz desconocida.
Sin decir una palabra, Esteban lanzó un rayo a la pared que estaba junto a su Circuito. Sin embargo, la figura esquivó el ataque y se colocó detrás de él.
—No eres nada práctico —comentó el recién llegado.
Esteban giró rápidamente con la intención de atacar, pero al ver claramente al individuo, se detuvo y se relajó al reconocerlo.
—No sabía que eras tú, Maldonado Sebastián.
El hombre tenía ciertas características distintivas en su apariencia: un rostro que parecía no estar hecho para sonreír, ojos oscuros, cabello negro con algunas mechas amarillas en la parte delantera y una leve cicatriz en la barbilla, resultado de un enfrentamiento anterior. A pesar de ser dos años mayor que Esteban, compartían la misma estatura. Vestía pantalones oscuros, zapatillas negras, una camisa blanca con el cuello desabrochado y un suéter azul oscuro con una banda en su brazo izquierdo que llevaba el emblema de un lobo negro con el rostro blanco mirando hacia adelante. Debajo de su cara tenía dos espadas envueltas en una planta espinosa.
—Eres más imprudente de lo que pensaba. Yo pondría mis manos en el fuego por ti todos los días del año, y tú decides pelear en el parque, a pesar de que sabes que es una zona de no agresión.
—No eres quien para levantarme la voz.
—Soy Maldonado Sebastián, líder de los Borradores, placa 957-R. Usa un poco la cabeza. Hoy tuviste suerte porque no había testigos, pero la próxima vez que hagas una estupidez, tendré que sancionarte.
—Mira, Maldonado, hoy no estoy de humor. No sé si te has dado cuenta, pero hoy ha muerto un amigo mío, así que por favor, ve a molestar a alguien más.
Maldonado suspiró y puso una mano en el hombro de Esteban.
—Escucha, necesito hablar de algo importante —Maldonado miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los estuviera observando y mostró una carpeta azul—. Tengo información relevante para la causa.
Esteban alzó ambas cejas y preguntó:
—Entra, por favor.
Esteban abrió la puerta, y ambos entraron en la casa, asegurándose de que nadie los estuviera espiando. Cuando la puerta se cerró tras ellos, Esteban preguntó:
—¿Qué contiene esa carpeta?
—Es un informe que obtuve. Fue complicado distraer a Joaquín para poder hacer varias copias.
—¿Joaquín? ¿Joaquín Barreto? ¿El presidente de los semáforos de Argentina?
—Exactamente. Tuve algunos problemas, pero finalmente pude obtenerlo.
Esteban guardó sus comentarios y optó por preguntar:
—¿Qué información contiene?
—Son detalles sobre varios agentes peligrosos, tanto para nosotros como para los gremios.
Maldonado abrió la carpeta y en su interior encontraron escritos e imágenes de personas desconocidas.
—¿Quiénes son? —preguntó Esteban.
—Son los miembros de los Testigos. Aparentemente son diez, además de su líder.
—¿Puedes decirme algo más sobre ellos?
—Solo tenía estos informes cuando los robé, pero después investigué más a fondo a estas personas, especialmente a estas tres que llevan máscaras.
—Está bien, ¿y quiénes son?
Maldonado comenzó a contar la historia de cada individuo al mostrar su foto. Primero eligió la imagen de un niño bien vestido con un triple pañuelo en el cuello, ojeras bajo sus ojos verdes y una expresión seria. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, pero tenía un mechón de pelo en forma de "C" en la frente.
—Su nombre es Jørgen Czacki. Nació en Buenos Aires, en un orfanato dirigido por monjas. Después de eso, su información es desconocida. Se le vio en Resistencia golpeando a gremialistas casi hasta la muerte. Nunca se ha enfrentado a Candado ni tiene antecedentes de asesinato. Sus habilidades están relacionadas con la velocidad y el metal.
—Jørgen... ¿Dónde he oído ese nombre antes? —Esteban reflexionó.
Maldonado ignoró la pregunta y continuó con otra foto. Esta mostraba a una niña de piel extraña, de un color rojo inusual. Su cabello era blanco, al igual que sus ojos, lo que le daba un aspecto poco natural. Llevaba un vestido negro y una especie de corona.
—Esa es una prueba de por qué debes usar protector solar cuando vas a la playa. De lo contrario, podrías terminar así.
—No, Esteban. Su nombre es Andrea Rŭsseŭs. El tono inusual de su piel ha generado varias teorías sobre su origen, pero la más aceptada es que su piel es mucho más resistente y gruesa que la de un humano común, por lo que su sangre ha reemplazado gran parte de su carne. No se sabe nada de su paradero ni de su origen, ni por qué odia a ambos lados. Al igual que Jørgen, no tiene antecedentes de asesinato. Al parecer, sus poderes están relacionados con la levitación y la lava, según el informe personal de alguien llamado... —Maldonado frunció el ceño y entrecerró los ojos—. Alguien llamado Will-sa-ru-ti... no, Will-sa... no, no, eh, Will...
Esteban tomó el papel de las manos de Maldonado y lo leyó.
—William Sarcozitt. ¿Tanto te costaba decir ese nombre, incluso después de decir dos trabalenguas hace un momento?
—Je, perdón, su letra es difícil de entender.
—¿Estás seguro de que su piel llama más la atención que sus ojos?
—Absolutamente. Bueno, continuemos.
Luego, Maldonado sacó tres fotos al mismo tiempo y las colocó sobre la mesa.
Maldonado abrió la carpeta y en su interior encontraron escritos e imágenes de personas desconocidas.
—¿Quiénes son? —preguntó Esteban.
—Son los miembros de los Testigos. Aparentemente son diez, además de su líder.
—¿Puedes decirme algo más sobre ellos?
Maldonado comenzó a contar la historia de cada individuo al mostrar su foto. Primero eligió la imagen de un niño bien vestido con un triple pañuelo en el cuello, ojeras bajo sus ojos verdes y una expresión seria. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, pero tenía un mechón de pelo en forma de "C" en la frente.
—Su nombre es Jørgen Czacki. Nació en Buenos Aires, en un orfanato dirigido por monjas. Después de eso, su información es desconocida. Se le vio en Resistencia golpeando a gremialistas casi hasta la muerte. Nunca se ha enfrentado a Candado ni tiene antecedentes de asesinato. Sus habilidades están relacionadas con la velocidad y el metal.
—Jørgen... ¿Dónde he oído ese nombre antes? —Esteban reflexionó.
Maldonado ignoró la pregunta y continuó con otra foto. Esta mostraba a una niña de piel extraña, de un color rojo inusual. Su cabello era blanco, al igual que sus ojos, lo que le daba un aspecto poco natural. Llevaba un vestido negro y una especie de corona.
—No, Esteban. Su nombre es Andrea Rŭsseŭs. El tono inusual de su piel ha generado varias teorías sobre su origen, pero la más aceptada es que su piel es mucho más resistente y gruesa que la de un humano común, por lo que su sangre ha reemplazado gran parte de su carne. No se sabe nada de su paradero ni de su origen, ni por qué odia a ambos lados. Al igual que Jørgen, no tiene antecedentes de asesinato. Al parecer, sus poderes están relacionados con la levitación y la lava, según el informe personal de alguien llamado... —Maldonado frunció el ceño y entrecerró los ojos—. Alguien llamado William Sarcozitt.
Esteban tomó el papel de las manos de Maldonado y lo leyó.
—William Sarcozitt. ¿Tanto te costaba decir ese nombre, incluso después de decir dos trabalenguas hace un momento?
—Je, perdón, su letra es difícil de entender.
—¿Estás seguro de que su piel llama más la atención que sus ojos?
—Absolutamente. Bueno, continuemos.
Luego, Maldonado sacó tres fotos al mismo tiempo y las colocó sobre la mesa.
—Estos son los tres hermanos Wandering, en realidad su apellido es La Valle, pero según este informe, se cambiaron el apellido. Se llaman Jane La Valle, Rose La Valle y Joel La Valle. Sus padres fueron asesinados por los gremios, pero no sabemos por qué. Eran una familia feliz. Se pensó que sus hijos habían muerto, pero parece que se equivocaron. Los únicos que tienen poderes son Jane y Joel. Su hermana Rose no tiene poderes registrados, o al menos no hay información sobre ellos. Jane puede invocar hierro de las profundidades, como picos, cadenas, lanzas, y posee una fuerza sobrehumana. Por otro lado, Joel tiene una precisión extraordinaria debido a que su ojo es diez veces mejor que el de una persona normal. Puede controlar objetos inanimados con cables y agujas, aunque generalmente utiliza estas últimas como armas. No hay registros de crímenes cometidos por ellos.
—Siento pena por ellos. Es triste perder a alguien.
—Bueno, vamos con la sexta foto.
Maldonado sacó otra imagen, mostrando a un joven vestido con ropas del siglo XVII, llevando un moño rojo y una expresión seria.
—Su nombre es Dockly Fernando. Nació en San Juan, pero tiene descendencia directa de holandeses. Sus familiares aún viven en esa provincia. Se sabe que vive con su tío, el hermano adoptivo de su padre. Se le ha visto interactuar con gremialistas, pero su odio hacia Candado lo llevó a querer eliminarlo. ¿No te parece curioso? ¿Te suena familiar?
Esteban no dijo nada, pero movió su mano derecha, instando a Maldonado a continuar con sus descubrimientos.
Luego, Maldonado sacó, nuevamente, tres fotos, esta vez mostrando a los tres individuos con máscaras.
—Lamentablemente, solo se sabe sus nombres. No hay registros de quiénes son. Sus nombres son Guz y Amasai Chesulloth. Amasai llevaba una máscara roja con una sonrisa y parecía ser una mujer. El otro se llamaba Azricam Betah y llevaba una armadura de caballero blanco.
—¿De dónde habrán sacado esos trajes? —se preguntó Esteban.
—No tengo ni idea, pero sería interesante capturar a uno de ellos, ¿no crees? —respondió Maldonado.
—Sí, tienes razón, pero ¿sabes quién de estos individuos es el líder?
—Lamentablemente, no tengo información sobre quién es su líder. En cuanto a los Testigos, lo que te he compartido es todo lo que he podido recopilar a partir de los fragmentos de información que tenía. No proporcionaban muchos detalles.
Esteban tomó una de las fotos y la observó detenidamente.
—¿Dónde habré visto ese rostro antes? ¿Joel? Deben de ser imaginaciones mías, pero por alguna razón siento que ya he visto ese rostro antes.
—¿Quieres que los Borradores se encarguen de ellos? —preguntó Maldonado.
—No, no será necesario, pero me gustaría que los Borradores los vigilen de cerca. También quiero que descubran dónde se ocultan.
—Lo entiendo. Así podremos eliminarlos.
—No, yo quiero encargarme de eliminarlos personalmente.
—¿Por qué? —preguntó Maldonado.
—Es un asunto personal. Quiero destruirlos con mis propias manos.
—Está bien, si eso es lo que deseas.
—Por cierto, ¿sabes quién es el líder de los Testigos?
—Hasta ahora, no hemos podido identificar al líder. Esa información sigue siendo un misterio.
—Comprendo. Hasta ahora, esto es todo lo que tenemos. Bueno, es mejor tener algo que nada. Me gustaría que los Borradores sigan a uno de ellos.
—Lo haré yo mismo —afirmó Maldonado.
—Está bien, pero ten cuidado. No quiero perder a otro camarada.
—Te preocupas demasiado, jefe. Recuerda que poseo todas las artes marciales del mundo y soy increíblemente invencible. Soy mejor que Joaquín.
—También eres increíblemente egocéntrico. Asegúrate de que no te maten.
—Eso nunca ocurrirá.
Maldonado corrió hacia la puerta y se fue saltando de tejado en tejado. Mientras tanto, Esteban examinó las fotos en sus manos, memorizando los nombres: Jørgen, Dockly, Jane, Rose, Joel, Andrea, Guz, Chesulloth y Azricam.
—Espera, ¿no dijo que eran diez? —se cuestionó Esteban.
Agarró la carpeta por el lomo y la levantó, haciendo que algo cayera sobre la mesa. Era una hoja suelta. Esteban la tomó y la volteó. Mostraba la foto de una niña con cabello oscuro y corto.
—Qué extraño, Maldonado no mencionó a esta chica —comentó Esteban. Luego miró la carpeta y la abrió—. ¿Quién demonios será? Debe estar en estos registros —añadió mientras hojeaba los papeles uno por uno hasta encontrar un nombre: "Isabel Castillo". A diferencia de los demás, este tenía un informe bastante extenso.
Informe de William Sarcozitt:
Saludos, señor Joaquín. He obtenido información sobre la niña que me solicitó. Su nombre es Isabel Castillo, hija de Alfredo Castillo y Ada Castillo. Nació en la ciudad de Chubut, aunque su localidad exacta es desconocida. Sé que vivió en Rio Senguer durante un tiempo. Proviene de una familia con un alto poder adquisitivo. Resulta curioso, ¿no le parece? A pesar de tener muchas oportunidades para cambiar su situación, siempre mantuvo una actitud amable y frágil. Paradójicamente, esto la convirtió en objeto de odio en su entorno escolar. Aparentemente, fue odiada porque obtenía mejores calificaciones que una chica en particular. Esto es bastante extraño, ¿verdad?
Gracias a algunos informantes locales, en su mayoría Circuistas, he averiguado que esta niña solía ser golpeada, especialmente por una compañera que sentía envidia de sus logros académicos. La razón por la que Isabel nunca defendió su situación sigue siendo un misterio, pero algunos testigos afirman que esta chica, cuyo nombre desconozco ya que Isabel quería protegerla, desató un poder oculto en sí misma. Este poder resultó en la muerte de la niña en cuestión así como otros involucrados, seis victimas, presumiblemente a aquellos que no hicieron nada para ayudar a Isabel. Uno de los presentes en ese evento fue tu "amiga", quien resultó herida bajo la piel de sus ojos. Me sorprende que usted me haya pedido investigar especialmente a esta persona, buscando entender qué la llevó a atacar a "ella", ¿verdad?
Isabel huyó de la provincia en compañía de un individuo, y su conexión con los Testigos sigue siendo un misterio para mí. Sin embargo, tengo la intención de continuar investigando este asunto para obtener más información. Si tengo éxito, enviaré otro informe.
Por otro lado, me han informado que la sanción de Candado ha sido levantada, y en ocho días podrá regresar a la Organización Bernstein. Dado que actualmente me encuentro en Chubut, le agradecería que le transmitiera personalmente esta buena noticia a Candado.
Muchas gracias.
[Fin del informe]
—Esto es bastante extraño, ¿Qué tiene que ver esto con Joaquín y qué será eso de sanción? Sea lo que sea, parece que la O.M.G.A.B. tiene también sus secretos, Isabel, hija de una familia adinerada, pasando de ser maltratada a una asesina, los Testigos están reuniendo personas bastante interesantes.