—Te lo vuelvo a repetir, ¿qué diablos quieres?
—Relájate, solo quiero que sepas que tu Borrador está en mi casa.
—¿Quieres que pague un rescate o qué?
—No me hables en ese tono, pedazo de basura. Quiero que sepas que unos malnacidos me han atacado a mí y a tu amigo.
—¿Qué amigo?
—Tu amigo Addel Schrödinger.
—¿Harry? Dios mío, ¿Está bien? ¿No le ha pasado nada?
—De hecho sí, una mujer le lanzó una bolsa de plástico en la cara. Eso hizo que se sintiera mal y perdiera su "máscara" de humo.
—Rayos, le dije que no fuera tras su captura. Se lo dije, pero no me escuchó. Yo sabía que esto le iba a pasar, lo sabía. Lo tenía muy en claro —decía Esteban mientras golpeaba su escritorio.
—Deja de hacer tanto alboroto. Hipólito le está creando una vacuna para que mejore. No pasa nada.
—Es que tú no lo entiendes. Solo un Bailak puede curar a alguien como él. Su cuerpo es diferente al nuestro, por lo tanto, es inmune a nuestras enfermedades y drogas para el bienestar. Pero eso no implica que ellos no tengan sus propias enfermedades. Seguro que esa perra le lanzó sustancia carbónica.
—Espera un momento, los Bailak ya no existen. ¿Cómo es posible curarlo entonces?
—¿Tú, un representante de la O.M.G.A.B., no tienes idea de que aún quedan dos Bailak vivos? Me da una tremenda pena que su líder sea un ignorante en ciertos temas de la historia.
Candado se enojó y encendió sus ojos de un color violeta.
—Voy a desollarte y tiraré tus malditas partes al río Pilcomayo.
—Ya tendremos un momento y un lugar para pelear, pero ahora uno de mis camaradas está grave, así que te voy a pedir un favor de caballero a otro. Quiero que encuentres a Martina Gómez.
—¿Quién es ella? —preguntó Candado mientras se calmaba.
—Es un Bailak, como lo dije antes. Ella es la única que puede curarlo. Lamentablemente, no sé cuál es su ubicación, pero podrías preguntarle a él.
—Bien, buscaré la forma de despertarlo.
—Ten cuidado con lo que le vas a hacer, porque si algo le llega a pasar, seré yo quien te desollará.
—Quisiera ver que lo intentes. Luego, Candado colgó el teléfono, sin saber demasiado de lo que le habían hablado.
Decidió consultar con su mejor amigo, Héctor. Después de todo, él es el único que estudia esas cosas, incluso hasta el color de corbata que llevó Iván Crusoe para la apertura de las naciones en 1920. Tomó el teléfono y marcó su número de móvil.
Por otro lado, Héctor se encontraba en el gremio firmando documentos para la reparación de la casa de Pio. Su rostro reflejaba satisfacción, ya que leía con cuidado cada uno de los documentos. Cuando sonó su celular, Héctor lo agarró sin dejar de leer los papeles.
—¿Diga?
—Soy yo, Héctor.
—Ernest Barret, ¿Cómo van tus vacaciones?
—¿Por qué me llamas por mi nombre?
—Ya sabes, aunque tu nombre sea Candado, sigue siendo un título de líder en este gremio. Pero ya no eres líder, así que puedo llamarte por tu nombre, por tu primer nombre, ¿si quieres?
—Me han llamado tanto por ese nombre que terminé aceptándolo.
—Bueno, ¿qué necesitas de mí?
—Quisiera que me hables un poco de los Bailak.
—Espérame un momento.
Héctor se puso de pie y se dirigió a un librero, pasó su dedo índice por cada lomo de los libros hasta que llegó a uno que era negro, lo sacó y leyó el título, "Descendencia Arcaica". Héctor asintió con la cabeza y se lo llevó, luego volvió al escritorio y comenzó a hojearlo, pasando cada página del libro. Cada una de esas hojas hablaba sobre los poderes de cada ser en el universo, el espíritu de cada humano, el manejo adecuado de la magia, etc. Pero lo que importaba era lo que Candado le había preguntado a Héctor, y lo encontró.
—Aquí está.
—Por fin, estaba empezando a aburrirme.
—Según este escrito, dice que la palabra "Bailak" proviene de la palabra "Balcanes", ya que este raro tipo de personas fueron encontradas allí. Estas personas se caracterizaban por manejar todo tipo de poder. De hecho, ellos compartieron sus enseñanzas sobre cómo manejar su poder en 1918. Iván Crusoe, el representante de la O.M.G.A.B., fue personalmente a solicitar su ayuda. Se estima que había más de 8.000.000 de Bailak en todo el mundo, pero a lo largo de los años fueron cazados por todos debido a su magnífico don. Por lo general, eran pacíficos y siempre buscaban el bienestar de los demás. A pesar de ser inmortales, sus espíritus se les arrebataban para conseguir sus poderes, dejando un cascarón frío y doloroso, que generalmente provocaba la muerte al año siguiente. El último Bailak que quedaba vivo se suicidó en 2002, siendo este el último de su especie.
—Ya veo.
—Ahí lo tienes. Los Bailak se extinguieron hace diez años, dudo mucho que alguien esté vivo hoy en día. Candado miró a su alrededor para asegurarse de que nadie lo escuchara y dijo.
—Creo que hay un sobreviviente.
—¿¡QUÉ!?
—Créeme, lo es. Esteban me lo dijo.
—¿Y crees lo que te dice un Circuista? Más bien, ¿crees lo que te dice tu enemigo?
—No creo que me mienta, sobre todo si uno de sus colegas corre un gran peligro —dijo Candado mientras veía a Addel.
—Creo que tienes razón, más allá de que sean nuestros enemigos, él nunca dejaría atrás a sus compañeros.
—Por eso necesito tu ayuda.
—¿Qué quieres exactamente?
—Atacaron mi casa, uno de los subordinados de Esteban me ayudó a pelear contra ellos, pero se distrajo y ahora está envenenado. Según lo que me dijo Esteban, un Bailak puede curarlo. Pero, ¿Cómo puedo distinguir a un Bailak de una persona?
—Es sencillo, los Bailak tienen una marca tatuada de una media luna en sus frentes. —Podría empezar por ahí entonces.
—Espero que tengas éxito. Cuéntame la historia completa más tarde, ¿sí?
Después de decir eso, Héctor colgó, y Candado fue al living para intentar despertar a Addel. Este vio cómo Hipólito trataba de curarlo, pero no funcionó, ya que cada vez que le inyectaba la vacuna, la jeringa se destruía o simplemente no atravesaba su piel. Era como si tuviera algún tipo de protección fuera de su cuerpo.
—No lo entiendo, nada funciona.
—Tranquilo, Hipólito. Sé cómo curarlo.
—Por mis datos, espero que estés bien.
—Lo estaré, pero ¿podrías llevar a las niñas de aquí, por favor?
—Sí, de acuerdo.
Hipólito tomó de las manos a Hammya y a Yara para dejar solo a Candado.
Cuando todos se habían ido, él sacó de su bolsillo el frasco que le había obsequiado Nelson y le dio un poco de aquel líquido. Si era una buena persona, el sabor sería exquisito, y si no, entonces sería espantoso. No solo le iba a curar parcialmente a Addel, sino que también lo ayudaría a saber si este individuo era bueno o un malvado.
Cuando Addel dio un sorbo, abrió los ojos y se levantó inesperadamente. Luego su rostro comenzó a cubrirse con un humo negro, ocultando nuevamente su cara.
—Sabe a vainilla.
—Bueno, por lo menos te sabe bien. Ahora dime, ¿quién es esa tal Martina? —¿Por qué quieres saberlo? Si ya estoy curado.
—No, no es cierto, estás mal. Lo que hice fue curarte parcialmente, es como una anestesia, en este momento este veneno está dormido y no sé por cuánto tiempo estará así. Si valoras tu vida, será mejor que me digas quién es Martina.
—Martina es un Bailak y no está muy lejos de aquí. No te puedo decir dónde, pero ella vino conmigo hace unos días, así que debe estar hospedándose en el hotel de lujo de este pueblo.
Candado se puso de pie, se arregló su corbata y dijo:
—Bien, la iré a buscar. Tú quédate tranquilo y descansa, de esto yo me encargo.
—Espera, ¿por qué me estás ayudando?
—Porque tú me ayudaste a mí, y yo te voy a ayudar a ti.
—En ningún momento me has ayudado.
—Claro que lo hiciste. Si no me hubieras advertido de que alguien estaba en mi casa, habrían lastimado a mi familia. Sea más allá de que fuera un accidente o no, me has ayudado, y te lo agradezco mucho.
—Parece broma si me lo dices con esa cara inexpresiva.
—Acostúmbrate.
Luego Candado se dirigió a la puerta del frente y la abrió. Pero cuando estaba por irse, Yara bajó corriendo las escaleras con la boina de él en las manos. Cuando llegó a él, le hizo una seña para que se inclinara, y Candado aceptó con gusto. Yara le colocó la boina en su cabeza con cuidado y lo abrazó.
—Cuídate mucho.
—Lo haré, pequeña.
Candado le tocó la nariz, le dio una sonrisa y luego se puso de pie. Caminó hasta la puerta, la abrió y salió a la calle. Después la cerró detrás de él sin voltear, dio tres pasos hacia el frente y se detuvo. Miró al cielo y sonrió.
—Parece que hoy va a ser una tarde interesante.
Luego comenzó a caminar por la vereda. Por el camino iba encontrando caras conocidas, muchos de ellos eran como los amigos de él, como también alumnos de la escuela. Cada vez que se topaba con alguno de ellos, le guardaban un respeto muy grande hacia él, ya que muchos de ellos habían solicitado su ayuda en momentos anteriores como gremio, para recados pequeños, como por ejemplo, mandados, correo, encargos de pasificación sobre el acoso escolar o bullying, y muchas cosas más.
Por lo general, el pueblo es muy chico ya que es una isla, y tiene como frontera el Paraguay. Vienen muchos de allí. No es extraño tener un hotel cuando vienen turistas de otros países. Pero el tema era bastante curioso, así como pensar que un Bailak, proveniente de los Balcanes, estuviera en Argentina, sabiendo que aquí hubo, como en todos los países, una caza de brujas. Todo aquel que era un Bailak se lo secuestraba y se le arrebataban todos sus poderes, incluyendo su vida.
Pero en qué más podía pensar, si Addel es un Borrador, entonces seguramente esa tal Martina lo es también. Porque cuando los Bailak comenzaron a ser cazados uno por uno, empezaron a ser desconfiados, grave error, ya que eso se usó en su contra. Una persona que desconfía de todo el mundo, en algún momento comenzará a desconfiar de su propia gente, y de hecho lo hicieron. Esto causó una fractura social en su comunidad, dándoles una ventaja muy grande a los demás.
Seguro se preguntaron: ¿Por qué fueron cazados? Y eso porque, a diferencia de los demás que pueden manejar hasta un máximo de seis poderes, los Bailak podían controlar absolutamente todo. Eran las personas más fuertes del planeta. Se presume que Tánatos era uno de ellos y que pudo haber nacido en los Balcanes, pero se descubrió que no era cierto, ya que su inmortalidad y poder provenían de la muerte. En algún momento de su vida, él murió y volvió, pero con un enorme poder. En cambio, los Bailak eran totalmente diferentes; ellos manejaban todos los poderes habidos y por haber, incluso poderes que no serían descubiertos varios años después. No solo poseían ese don increíble, sino que también poseían la inmortalidad.
Muchos pensaron que con el hecho de ser inmortal podían contra sus enemigos, pero la historia eligió no hacerlo debido a Moneck, el Judas de los Bailak. Este había traicionado a sus hermanos, enseñando a sus enemigos la forma de atacarlos. El método más efectivo era arrebatarles el espíritu donde todo ser viviente almacena su magia y poder, con un conjuro. Para esto se necesitaba un guante especial fabricado por Moneck, el cual llamó "Poison Hand", un guante que anulaba toda magia de un Bailak. Este método tuvo éxito, lamentablemente, y por eso todos fueron muriendo.
La otra pregunta es: ¿Qué hicieron con sus poderes? Se cree que fueron utilizados para traer de vuelta a su líder Tanatos, pero como todos sabemos, eso tuvo un fracaso total, causando la muerte de muchas personas, incluyendo aquellos que sabían cómo matar a un Bailak.
Toda esta información causaba un asco profundo a Candado. Cada vez que leía la historia de los Bailak, sentía una mezcla entre rabia y lástima por estas personas. La O.M.G.A.B. no pudo hacer nada para ayudarlos. Él sentía algo de responsabilidad por lo que le habían hecho a esa cultura.
¿Qué cara pondría si se encontrara con Martina? ¿O qué sentiría si viera a un gremialista que no hizo absolutamente nada por ayudar a su gente?
Lo más probable es que lo echen a patadas o lo liquiden ahí mismo, aunque a este último no le preocupaba mucho, de hecho, no era relevante siquiera. En fin, Candado llegó al hotel que había mencionado Addel. Era enorme, con muchas ventanas de vidrio por todos lados y una gran puerta en el medio. No había nadie en la puerta, así que Candado entró sin problema alguno, se acercó al mostrador y le preguntó al joven elegante de ahí.
—Disculpe, ¿conoce a una tal Martina Gómez? El joven miró hacia arriba, como tratando de ubicar el nombre.
—Creo que sí, está en la habitación 21 en el segundo piso.
—Gracias, caballero —dijo Candado levantando su boina de forma cortés.
Después dio unos pasos al frente, luego volteó, dio unos a la izquierda y subió las escaleras, caminó puerta por puerta buscando la dirección de Martina, hasta que se topó con esa. Candado miró el número en la entrada y con su mano derecha en su mentón dijo:
—Espero que sea esta la habitación y la persona correcta.
Candado tocó la puerta tres veces, pero nadie contestaba. Tocó por segunda vez y nada, hasta que agarró la perilla de la puerta con cuidado y la giró hacia la izquierda, abriendo así la puerta. Candado la empujó y entró cuidadosamente.
En la habitación, todo estaba ordenado, no había nada fuera de lo normal. Tenía tres camas: una de ellas era un somier y la otra una cucheta, una arriba y otra abajo. Sin estar satisfecho, decidió seguir buscando en el baño, pero no había nadie. Sin embargo, el espejo del lugar estaba empañado. Candado pasó su dedo índice y el dedo mayor por el cristal y lo examinó.
—Qué extraño —dijo mirando el espejo.
Luego volteó y salió del baño. Cuando se dio vuelta para cerrar la puerta, una mano le tapó la boca y le agarró de los brazos. Candado, de manera flemática, agarró el brazo y lo tiró al frente de sus pies. Después le dio un pisotón en el abdomen, pero para su sorpresa, una figura le dio una patada por la espalda y lo disparó hacia el baño, destruyendo la bañera fina del hotel.
—Pensé que sería una tarde pacífica —dijo Candado con una expresión fría mientras se acomodaba la boina.
El individuo, quien tenía una máscara de anónimo y estaba tirado en el suelo, se reincorporó y atacó a Candado, pero este golpeó su mano izquierda con su pie, luego lo golpeó en el pecho, lo que hizo que se inclinara. Candado aprovechó y lo golpeó en la cara impulsándolo hacia atrás. Después se puso de pie y fue con todo contra el individuo, agarrándolo de la cintura y estampillándolo con todas sus fuerzas contra el suelo.
Sin embargo, una segunda persona le dio una patada en la nuca, lo que provocó que Candado cayera al suelo. Luego esta misma persona puso sus manos contra el suelo y se levantó rápidamente, para continuar con el combate.
Candado se puso de pie y comenzó a pelear con los dos al mismo tiempo, esquivando y bloqueando sus movimientos. Uno de ellos lanzó un puñetazo, y Candado lo tomó de la muñeca y tironeó hacia él, dándole un rodillazo en el pecho. Pero este lo había detenido con su otra mano. Candado, de manera astuta, agarró de su máscara y la tiró hacia él. Como tenía un plástico flexible, Candado la soltó y la máscara volvió con fuerza hacia atrás, lastimándole la cara. Como estaba en una posición adecuada, pudo ver parcialmente su cara y un tatuaje de una medialuna en su frente.
—¿Qué diablos? —Pudo atinar sorprendido Candado, ya que en cuanto se distrajo, el segundo sujeto lo tiró al suelo. Luego, esta misma persona hizo un gesto con la mano y emergieron del suelo unas cadenas que envolvieron el cuerpo de Candado, inmovilizándolo.
—¿Qué hacemos con él? —preguntó la voz femenina.
—Sabe mi identidad, hay que borrarle la memoria.
—Ni soñarlo, manga de payasos chistosos —dijo Candado con su expresión fría.
—Sigo pensando que tendríamos que matarlo.
—Eso quisiera verlo, enana.
—¿Cómo me has llamado?
—Cálmate, solo lo dice para provocarte.
—Oye tú, sí, tú, ¿por qué no te inclinas un poco así puedo oír lo que dices, Pie grande?
—¿Cómo me llamaste?
—Tranquilo, tú mismo me dijiste que solo lo dice para provocarnos.
—Tienes mucha razón.
—Oigan, par de simios, tengo prisa. Un colega está muriendo lentamente y ustedes me están retrasando.
—¿Por qué has entrado a nuestro cuarto? —preguntó la niña con una máscara de porcelana.
—Me equivoqué, solo estaba buscando a una tal Martina Gómez.
En ese momento, los dos individuos se miraron entre sí por unos segundos y luego miraron a Candado.
—¿Quién eres y cómo la conoces?
—Soy Candado Ernést Barret, pero todos me dicen Candado, y no, no la conozco, solo vine a buscarla para que pueda ayudar a Harry Schrödinger, alias Addel.
La niña dio un paso al frente, se arrodilló y se sacó la máscara.
—Yo soy Martina.
—Oh, ¿así saludan a las personas con golpes y patadas?
—Tú entraste sin permiso.
—¿Puedes quitarte la máscara y presentarte?
El individuo se sacó la máscara y la puso en un escritorio.
—Soy Kevin Galarza de Baltazar.
—Muy bien, ahora que todo está aclarado, ¿podrían soltarme?
—¿Cómo sabemos si lo que dices es cierto?
—Elemental, mis queridos amigos. En esencia, ustedes fueron los que me atacaron, yo solo me defendí.
—Deja ya esos chistes, además, tu explicación no es creíble.
—¿Qué más quieres, KGB?
—¿KGB?
—Es para abreviar tu nombre y apellido.
—Parecen dos infantes del jardín de niños —dijo Martina.
—Mira quién habla.
—Ya basta, es suficiente. Ahora, dime algo para que pueda creer lo que tú me estás diciendo.
—Está bien, lo haré.
Candado se puso de pie y destruyó las cadenas haciendo fuerza con los brazos.
—Imposible —exclamó Martina.
—Ahora viene la prueba —Candado se acomodó la corbata y continuó—. Pude liberarme todo el tiempo. Puedes ser un Bailak, puedes ser bueno en combate, pero en amarrarme con esta truchada total, veo que tienen un problema muy grande en cuanto a amarrar a sus prisioneros.
—¿Qué quieres probarnos con eso? —preguntó Kevin en modo de defensa.
—Como dije, pude liberarme todo el tiempo, pero no lo hice por una cuestión de respeto y ahora que me están hartando un poco, me he soltado.
—Creo que lo que dice es verdad.
—Martina…
—No, en serio, si quisiera matarnos ya lo habría hecho.
—Tal vez no nos ha hecho nada, porque nos necesita vivos. Es igual que los demás, solo nos buscan para poder eliminarnos.
—Cálmate, yo no he venido a matar, y mucho menos a secuestrar. Soy un leal servidor de la O.M.G.A.B.
—¿Un gremialista? ¿Qué rayos quiere un Gremialista con nosotros?
—¿De ti? Nada, solo necesito a ella —dijo Candado señalando a Martina.
Kevin se interpuso en medio de ella y Candado.
—Ella no irá a ningún lado, se quedará a mi lado.
—No veo el problema en que tú no puedas venir conmigo.
—¿Qué te hace creer que yo voy a ir con un extraño así como así?
—Mira, ya me estás hartando, la vida de un inocente está en grave peligro y necesito su ayuda.
—No es nuestro problema, Martina no se irá a ningún lado.
—No hables por mí, él es mi amigo y si él está en peligro, tengo que ayudarlo.
—Te lo dije hace mucho, no confíes en nadie, ¿o ya te olvidaste de lo que estos gusanos les hicieron a nuestra gente?
—¿Vas a empezar de nuevo con eso? Sí, está mal y es doloroso, pero no podemos vivir echándole la culpa a todo el mundo, y lo sabes, ¿verdad?
—Silencio, Martina, aquí te quedarás y punto.
—Si ella no va, Addel morirá, ¿puedes cargar con la muerte de un ser humano en tu conciencia, Kevin?
—¿Acaso tu gente sintió remordimiento cuando nos cazaron uno por uno?
—La O.M.G.A.B. no tuvo nada que ver.
—¿Qué no? ¿Dónde estaban los "Defensores del débil" cuando los Circuitos destruyeron nuestra cultura? ¿Dónde estaban ustedes cuando fuimos a pedir su ayuda? ¿Dónde estaban cuando ellos comenzaron a cazarnos y arrebatar nuestras vidas para sus propios fines? ¿Dónde estaban? ¿Por qué no nos ayudaron? ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?!
Candado inclinó la cabeza con una profunda decepción en su rostro. Ellos tenían razón; la organización no se preocupó por ayudar a esas personas.
—¿Lo ves? Hasta tú quedaste mudo. Tal vez no nos hicieron daño, pero eso no los hace quedar incólumes de lo que nos pasó. Ustedes se quedaron en silencio y, desde sus asientos finos, nos vieron cómo poco a poco nos íbamos muriendo lentamente, hasta que solo quedamos dos.
—No es así, nosotros tratamos de enmendar nuestro error y fuimos a buscarlos.
—¿Creen que ustedes son dueños de la vida? Por mucho tiempo creí en ustedes, me sentía orgulloso de su heroína Ndereba Harambee, pero era todo ficción. Solo usaban el nombre de esa dama para ocultar lo que en verdad eran, unos monstruos que engañan a jóvenes como vos y yo —dijo Kevin mientras se ponía la máscara.
Candado levantó la vista y, con indignación, dijo:
—No te atrevas a hablar así del gremio. Ellos no son así. Es cierto que cometimos errores, pero, a diferencia de los demás, nosotros día a día nos esforzamos en ayudar a aquellos que nos necesitan.
—El guardar silencio es lo mismo que matarnos, solo que ustedes lo sabían muy bien. Ustedes no se diferencian de los Circuitos.
Candado saltó hacia Kevin y lo estampilló contra la pared, poniendo su brazo en su cuello.
—¡CÁLLATE! NOSOTROS NO CAUSAMOS TU MISERIA. DEJA YA DE INSULTARME. CREE QUE ERES EL ÚNICO QUE PERDIÓ A SUS SERES QUERIDOS POR CULPA DE LOS CIRCUITOS. MIENTRAS ESTOY PERDIENDO MI TIEMPO CONTIGO, UN COLEGA ESTÁ MURIENDO.
—¿Tú también? —preguntó Martina.
Candado eludió la pregunta de la niña; en su lugar, dijo:
—Escúchame bien lo que te voy a decir. Curen a esta persona y te prometo que nunca más me verás en tu vida.
—Kevin, por favor, solo déjame ayudar a mi amigo. Se lo debemos después de todo.
Kevin miró a Martina un momento, luego miró a los ojos a Candado.
—Bien, tú ganas, pero iré contigo —dijo mientras se sacaba la máscara.
Candado lo soltó y le extendió la mano. Kevin aceptó y le dio un apretón de manos.
—Bien, ahora vayamos a mi casa —dijo Candado con su expresión fría.
Una vez que sus diferencias terminaron, él, Martina y Kevin siguieron a Candado para curar a Addel. Gracias a las habilidades de los dos Bailak, llegaron rápidamente a la casa, ya que saltaban de techo en techo de las casas. Candado caminaba con las manos en los bolsillos por la peatonal, ya que el hotel estaba a unas cinco cuadras de su casa, no tardaron en llegar, aunque el sol ya empezaba a ocultarse. Para él, fue otro día tirado a la basura. Cuando llegaron, Candado tocó la puerta. En ese instante, Martina y Kevin bajaron del techo del vecino y se colocaron sus máscaras rápidamente.
—¿Qué rayos hacen? —Nos hemos expuesto al dejarnos ver nuestros rostros por ti, no nos vamos a arriesgar a que otros desconocidos nos vean —dijo Kevin mientras se fijaba la máscara.
En ese instante, la puerta se abrió, y quien la había abierto era ni más ni menos que Clementina con su ropa habitual. En su cara se reflejaba un sinfín de sermones que saldrían de su boca, sermones que Candado no tenía ganas de escuchar.
—¿Podría decirme dónde está el señor?
—Antes que nada, ¿están mis padres en casa?
—No, pero recibí una llamada de ellos hace diez minutos, vendrán dentro de una hora.
—Genial.—Candado hizo a un lado a Clementina y entró a la casa— Está en la sala a la izquierda, así que pasen, por favor.
Martina y Kevin entraron a la casa y dijeron:
—Buenas tardes, señorita.
Clementina tironeó de la manga de Candado.
—¿Quiénes son estas personas?
—Son conocidos que podrán salvar la vida de otro conocido. Ahora, suéltame.
Candado se dirigió junto con Kevin y Martina detrás de él. Ni bien entraron al salón, vieron a Hipólito tratando de estabilizar a Addel. Hammya estaba parada al lado del anciano con un balde de agua en sus manos, Karen y Yara estaban durmiendo en el regazo de la abuela.
—Sí que son una familia numerosa —expresó Kevin.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Hammya.
—Soy Martina y él es Kevin. Hemos venido para curar a nuestro amigo.
—Espero que tú tengas más éxito que yo; la fiebre no le baja.
—¿Hace cuánto que volvió a estar así? —preguntó Candado.
—Hace treinta minutos, más o menos —dijo Hipólito.
Martina se acercó a Addel. —Muévase, por favor, señor. Hipólito se puso de pie y se hizo a un lado. En ese preciso instante, Kevin se disponía a sacar a Martina del lugar, pero Candado se adelantó y puso su mano en su hombro, dando señal de que se quedara dónde está y dejara a Martina hacer su trabajo. Ella se arrodilló y puso sus dos manos en el pecho de Addel. El muchacho comenzaba a respirar cada vez más rápido, casi se podría decir que se estaba muriendo. Luego de unos segundos, las manos de Martina comenzaron a brillar de un color blanco. No solo en sus manos ocurría eso, sino que el destello empezaba a recorrer por todo el cuerpo de Addel. Los ojos de Martina brillaban del mismo color, como tenía una máscara, eso era lo que más resaltaba. Pero después de unos minutos de ese resplandor, comenzó a atenuarse lentamente. Primero empezó por las plantas de los pies y siguió por las manos de Addel, hasta que la brillante luz de su cuerpo desapareció, así como el resplandor de los ojos de Martina. Cuando todo finalizó, la cabeza de Addel comenzó a cubrirse de humo blanco, muy lentamente, hasta que ya no se podía distinguir su rostro. Ni bien pasó eso, Addel se despertó y al ver la máscara de Martina, se asustó y se cayó al suelo.
—¿Quién eres tú?
—Soy yo, Martina —dijo mientras se quitaba la máscara.
—¡Qué susto, por Dios!
—Tranquilo, no pasa nada. Todo está bien.
Addel miró a Candado.
—Muchas gracias, amigo. Si no fuera por vos, yo ya estaría muerto.
—Me alegra que estés bien. Ahora dime, ¿Qué querían esas ratas en mi casa?
—Al parecer buscaban lo que tienes en tu cuello.
—¿Mi collar? ¿Por qué?
—No tengo idea, pero sí sé que después de atacar a Esteban fueron por vos, hablaban de un tal Sol Dorado.
—¿Por qué querrían mi collar?
—No lo sé, tal vez como algo de valor.
—No creo que solo hicieran eso.
—Bueno, supongo que querían algo más, no sé. El tema es que lo cuides, sea lo que sea, ese era su objetivo de hoy.
—Espero que no sea así.
—Créeme, si querían robarte eso, es porque debe ser muy importante.
—Solo… es un regalo de mi hermana —dijo Candado con voz triste.
—Ya veo, un regalo familiar. Me equivoqué, en todo caso, cuídalo bien.
—No quisiera interrumpir este momento nostálgico, pero tenemos que irnos.
Hipólito se puso de pie y se metió en la conversación.
—Esperen, por favor, quédense un rato más.
—Es muy amable de su parte, pero tenemos que irnos, ¿Cierto, Martina?
—No, la verdad me gustaría asegurarme de que este bien Addel y para eso tiene que descansar.
—Eres muy impertinente, tenemos que…
—No, no tenemos que, voy a quedarme aquí, es mi última palabra.
Kevin inclinó la cabeza y dijo.
—Bien, tú ganas, nos quedaremos un rato.
—Eres genial, Kevin.
—Sí, lo sé, soy demasiado genial.
—Qué humilde —dijo Candado sarcásticamente.
—Cierra la boca y no opines.
—¿Qué haremos con los señores Barret? Ellos llegarán dentro de una hora.
—Tranquila, Clementina, los señores Barret creerán que son los amigos de Candado —dijo Hipólito mientras se ponía su galera.
—No tengo problemas en que otros piensen eso porque él es mi amigo.
—¿Qué dices, Martina? Apenas lo conocemos.
—Sí, es verdad, pero él fue a buscarnos para ayudar a Addel, con solo ese acto de amabilidad, basta y sobra para mí amistad.
Kevin no dijo nada, en su lugar, Clementina agregó.
—Estoy muy conmovida, Candado tiene muchos amigos.
—Cierra tu boca o te la voy a soldar.
Todos se rieron, incluyendo a Kevin, pero no Candado. Este se arregló los guantes y se fue hasta donde estaba su abuela, le dio un beso en la mejilla y uno a Yara. Mientras que la bebé Karen quedó en los brazos de la abuela, ya que ella estaba despierta. Candado alzó a Yara, apoyó su cabeza con cuidado en su hombro, subió las escaleras y entró a su cuarto. Luego recostó a Yara en su cama con cuidado, después la arropó con las sábanas y le dio otro beso, pero en la frente. Cuando estaba por irse, Yara lo tomó de la mano.
—Es muy linda tu hermana. Jugué con ella, nunca lloró. La señora de la piel arrugada me dijo que ella siempre está contenta con todo el mundo —dijo Yara con los ojos semiabiertos.
Candado se sentó en la cama.
—Ella es mi abuela, me gustaría que no le digas de ese modo.
—¿Entonces la llamo abuela?
—Sí, puedes. Después de todo, ella es una buena persona.
—¿Cómo vos? —preguntó Yara mientras se recostaba en su regazo.
—No, ella es mucho mejor que yo. Ella es incapaz de enojarse o hacerle daño a alguien.
—Vos eres así.
—No soy bueno poniendo la otra mejilla, sin mencionar que mi actitud te hizo llorar esta tarde.
—¿Te hice sentir mal?
—Mucho. Te había asustado. Siempre trato de no mostrar lo más profundo de mí frente a ti.
—Pensaba que era mi culpa.
—No lo fue. Solo… he estado tanto tiempo pensando en tantas cosas que de algún modo terminé enojándome. Soy muy malo en ser bueno.
—No, no es cierto. Tú eres bueno, de eso no hay duda.
—Vos eres mi corazón y mi alma.
—Oh, ¿Qué significa eso?
—Que eres mi rayo de felicidad en esta vida.
—¿Y también mi papá?
—Sí, también soy tu papá.
Yara se puso de pie y abrazó a Candado. En ese instante, ellos estaban siendo espiados por Kevin, quien mostró una expresión de arrepentimiento por la forma en la que lo juzgó. Así que ni bien Yara dejó de abrazar a Candado y se acostó en la cama, se fue del lugar sin que ellos se dieran cuenta.
—Hasta mañana, papá.
—Hasta mañana, princesa. Candado sacó de un cofre un peluche de un payasito muy colorido y, con una sonrisa, arropó a Yara y le dio el muñeco.
—Este peluche era mío. Lo usaba mucho a la hora de dormir, y ahora es tuyo.
—¿Lo usabas?
—Yo le tenía miedo a la oscuridad, pero cuando lo tenía a mi lado, esas noches se volvían cada vez más seguras para mí.
Yara miró al peluche durante un rato largo, como si estuviera esperando a que pasara algo. Pero después de un momento, Yara lo abrazó y cerró sus ojos. Candado le besó en la frente, apagó la luz y se fue de la habitación. Candado bajó las escaleras y vio cómo todos estaban sentados en los sillones, hablando como viejos amigos, incluyendo a Hammya, quien hace poco le temía a las relaciones sociales. Ella se hizo muy amiga de Martina, ya que ellas eran las que más se hablaban. Hipólito cargaba a la bebé Karen, que se había dormido otra vez. Addel estaba hablando con Clementina, al parecer, ella estaba tratando de imitar a Candado en la forma de ser seria, así como él lo hacía cada vez cuando hablaba con alguien. La abuela estaba en la cocina con Kevin, ayudando en la cena. Cuando vio que todos se llevaban bien, sintió una especie de felicidad en su interior. Claro que eso no se veía a simple vista. Cuando uno está contento, lo demuestra con una sonrisa, pero Candado lo demostraba con solo levantar las cejas y cerrar los ojos. Candado salió al jardín para tomar un descanso, ya que Yara estaba durmiendo en su cama. "Estoy cansado", pensó Candado cuando se sentó en el árbol. Eso tampoco se veía a simple vista. En esa tarde, Candado estaba relajado en aquel árbol grande y único que había en ese jardín. Pero ese momento duró poco, ya que "Un amigo" inesperado e indeseable había aparecido sentado al lado de él.
—Qué bonito es el atardecer —dijo Tínbari.
Candado no dijo nada, solo cubrió sus ojos con su boina.
—Eres muy aburrido. No puedo creer que seas así de forro conmigo.
Candado se levantó la boina y miró a Tínbari sin girar la cabeza.
—¿De dónde sacas esos términos?
—No sé —dijo encogiendo los hombros— en realidad los escuchaba mucho de los jóvenes de las ciudades.
—No te juntes con ellos —dijo mientras se cubría nuevamente los ojos con su boina— te enseñan a cómo ser más irritante.
—Esa es la idea.
—Eres un indeseable.
Habían pasado más de dos horas desde que Candado había llamado a Esteban para hacerle saber del estado de su compañero, Harry Schrödinger. Así que se preparó para hacerle "una visita" a su enemigo y averiguar en qué estado estaba su compañero. Pero solo pensar en pisar el hogar de ese sujeto le revolvía el estómago y le daban muchas ganas de golpearlo. Sin embargo, no podía hacerlo, ya que él sería quien iba a hacerle una visita, por una cuestión de respeto. Así que se mordería los labios.
Esteban se vistió, salió de la casa y caminó por la vereda. A diferencia de Candado, que era algo reservado, Esteban era todo lo contrario, excepto en lo que respecta a la seriedad, un rasgo que los distinguía de los demás y los hacía únicos. Pero eso no quitaba que él fuera un ser carismático, algo que solo Esteban poseía.
En su camino, Esteban se detenía mucho, ya que siempre charlaba con sus compañeros, tanto circuistas como gremialistas. Al final, llegó cuando estaba obscureciendo, tocó la puerta y esperó. Al abrir la puerta, se encontró con alguien a quien no esperaba ver: Hammya.
—No esperaba que Candado invitara a alguien que apenas conoce hace poco.
—Yo vivo aquí —aclaró Hammya.
Esteban estiró las cejas y abrió bien los ojos.
—¿Eres familiar de él?
—No.
—¿Sabes una cosa? No quiero saberlo. Solo vine a ver cómo está Harry.
—¿Quién es Harry?
—El sujeto que estaban curando.
—¿Quién?
—Harry, ¿quién va a ser?
—No, no hay ningún Harry en esta casa.
—Bueno, es cierto que estábamos curando a alguien, pero no un Harry.
—¿Cómo se llama entonces al que estaban curando?
—Addel, creo.
—Pues es él.
—¿Pero no dijo que estaba buscando a un tal Harry?
Esteban se rascó la sien con bronca mientras mostraba sus dientes.
—Ese es el que estoy buscando.
—Pero no se llama Harry.
—¡Es HARRY! —gritó Esteban.
En ese instante apareció Clementina.
—¿Qué sucede, Hammya? ¿Qué fue ese grito?
—Este muchacho está buscando a un Harry.
—Oh, Esteban, ¿qué quieres de esta casa?
—Nada, vine a ver a Addel.
—Pero Hammya me dijo que usted está buscando a un tal Harry.
Esteban, ya con la paciencia agotada, dijo.
—Escúchenme una cosa las dos, Addel se llama Harry Addelándromechkrrin Schrödinger, pero como su segundo nombre es largo, le dicen Addel.
—Ah, ahora lo entendemos —dijeron Clementina y Hammya.
—Me alegra que hayan entendido. Ahora, ¿podrían hacerse a un lado?
Hammya y Clementina despejaron el camino para que Esteban pudiera pasar. Este inclinó la cabeza en forma de agradecimiento hacia ellas. La puerta se cerró detrás de él y caminó hacia el living, donde vio a Addel tumbado en el sillón jugando con su mano, haciéndola aparecer y desaparecer. Esteban movió sus ojos hacia arriba y murmuró, "Es un niño". Luego se dirigió hacia él. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de Addel, Esteban miró a su alrededor como si estuviera buscando algo, y lo encontró: tomó una revista que estaba en la mesa de la sala, la enrolló y la golpeó en la cabeza, lo que hizo que Addel se cayera del sillón.
—¿Quién fue el imbécil?
—Fui yo. ¿Algún problema? Addel se puso en una postura militar, como si estuviera un cabo saludando a su general.
—Señor, claro que no. Me siento alagado de que usted me haya golpeado.
—No exageres. Estuviste bien y ni siquiera fuiste capaz de contactarme.
Eres un... Esteban golpeó nuevamente en la cabeza de Addel, pero cuando estaba por darle el segundo golpe, se pegó en el techo.
—Por favor, jefe, pensaba hacerlo, lo juro.
—No parecía que lo estuvieras haciendo.
—Es que estaba pensando qué decirle a usted.
—Baja. Esteban tiró el rollo de revista a un lado e instó a Addel a que continuara. —E infórmame sobre lo que has encontrado.
Addel bajó del techo, se arregló la ropa y siguió.
—Perseguí al Testigo que llegó hasta aquí, pero escapó con dos más.
—¿Dos más?
—Sí, señor, dos más.
—¿Pudiste identificarlos?
—Sí, uno era una mujer, según tengo entendido se llama Jane, y el otro no lo sé.
—¿No lo sabes?
—Sí, no lo sé, lo siento.
—Bueno, no importa. ¿Sabes algo más sobre la mujer?
—No lo sé, señor, pero buscaban algo en esta casa, tal vez la clave de nuestras dudas.
—No lo creo. A nadie se le ocurriría atacar a Candado en su casa. Todo el mundo sabe que aquí es más fuerte que en cualquier otro lugar de este planeta.
—Tal vez esa era la razón por la que se ocultaron cuando él estaba aquí.
—Da igual. Ya nos preocuparemos después. Por ahora, me alegro de que estés bien.
—Gracias, Esteban, digo, señor.
—Muchas gracias. Ahora, ¿dónde está la Bailak que te ayudó? Me gustaría darles las gracias.
—Está en el jardín, con Candado.
—Qué mala suerte, pero bueno, dar las gracias es una obligación.
Esteban y Addel se dirigieron al jardín por la cocina. Estaba claro que ya habían cenado, ya que todavía estaban sucios los platos. Esteban miró el lugar con repugnancia, pero Addel no parecía preocupado y encontró cierta gracia en la escena. Era divertido ver esos platos de cartón, ya que estaban ahí porque iban a ser tirados a la mañana siguiente. ¿Por qué comer en platos de cartón? Simple, Candado sabía muy bien que Esteban estaba por venir a su casa y como él es una persona muy pulcra, decidió molestarlo con eso, ya que no toleraba ver algo sucio porque vomitaba o se desmayaba.
Cuando Esteban salió al jardín, lo primero que vio fue a Candado charlando con dos personas, Kevin y Martina (también estaba Tínbari, pero Esteban no podía verlo). Esto llamó su atención. Candado charlando con Martina, eso era bastante extraño para Esteban.
—Saludos, compañeros y no compañeros.
—Esteban, no pensé que tú ibas a venir a visitarnos —dijo Candado sarcasticamente.
—Saludos para ti también, amigo —dijo Martina.
—Es muy extraño verte aquí —dijo Kevin.
—Solo vine a ver cómo estaba Addel y, de paso, agradecerte a ti, Martina.
—Ahhh, muchas gracias.
—Bueno, me alegro de que te hayas dignado a venir hasta mi casa para saber si tu subordinado estaba bien.
—Ya te daré tu merecido tarde o temprano.
—Lo voy a esperar, Esteban, lo voy a esperar.
—Por favor, no peleen, estamos charlando. Esteban hizo una señal a Addel para que lo siguiera, cuando estuvo cerca de la puerta.
—Candado. Gracias por ayudar a Harry —dijo Esteban de espaldas.
—No hay de qué —dijo Candado tocándose momentáneamente la frente con su dedo índice y medio.
Luego de que el dúo se fuera del jardín y de la casa.
Cuando Esteban y Addel se habían marchado, Martina y Kevin, quien había comenzado a ser más carismático desde que los espió a él y a la pequeña Yara. Al parecer, eso lo conmovió mucho, así como él cuida a Martina.
—Bien, me agradó mucho la velada, al igual que tus padres —dijo Kevin.
—Me alegra que se hayan divertido, pero parece que mis padres ni siquiera se dieron cuenta de que ustedes existían.
—No seas aguafiestas, Candado. Tus padres nos vieron, solo que les llamaron mucho la atención las marcas en nuestras frentes.
—No creo que haya sido solo eso, KGB.
—Creo que deberías dejar esos hábitos, Candado.
—La verdad es que me llama mucho la atención que tú hayas cambiado tu humor repentinamente.
—Él es así —dijo Martina.
—Quisiera disculparme por la forma en que te traté, es que hoy tuve un mal día; por lo general, no soy gruñón.
—¿Mal día?
—Sí, la verdad es que Martina y yo tuvimos ciertos problemas cuando llegamos a este pueblo, nos descubrieron tres adultos.
—¿En serio? Vaya, ¿acaso eran del Circuito o de los Testigos?
—No lo sé, tenían una insignia de águila en sus pechos. Cuando Candado escuchó la palabra águila, sus ojos se abrieron de sorpresa.
—¿Águila? ¿Dijiste águila?
—Sí, lo dije. ¿Por qué? En ese instante, Candado sacó de su bolsillo dos insignias, un águila dorada y un águila de plata.
—¿Cuál de las dos tenían aquellos sujetos? —dijo Candado mientras se las mostraba a Kevin.
—Esa —dijo mientras señalaba la plateada—. ¿Cómo es que la tienes?
—Uno de esos bastardos asesinó a mi abuelo. Estoy seguro de que, si puedo ubicarlos, podré hacer justicia.
—Hacer justicia… me gusta—Kevin se puso de pie y extendió la mano hacia Candado—. Conmigo a tu lado, puedo ver de cerca a los malditos canallas que se metieron con mi gente.
Candado se puso de pie también, junto con Martina, aceptó el apretón de manos y dijo. —Me gustaría tenerte a ti, un Bailak, que pueda luchar en las batallas que podrían ser un obstáculo para mí.
—Estupendo —dijo Kevin con una sonrisa.
—Oigan, yo también quiero unirme —dijo Martina.
—Dos Bailak, son lo mejor —dijo Candado mientras les daba un apretón de manos a Kevin y Martina.
—...
—...
—...
—Bien, ya podéis soltarme —dijo Candado.
Kevin y Martina lo soltaron y se hicieron a un lado. Candado se dirigió a la casa y los dos lo acompañaron. Gracias a la ayuda de Kevin, Candado estaba más cerca del asesino de su abuelo. Muy pronto podría vengarse, ese momento lo llenó de una gran tranquilidad. Mañana podría investigar más sobre el asunto, pero por ahora necesitaba tomar un descanso tanto físico como mental.
Cuando entró a la cocina, con Kevin y Martina siguiéndolo, la cocina estaba limpia, con una nota sin nombre que decía "La próxima vez que intentes humillar a alguien por mostrar platos sucios, hazlo en otra casa." Candado sonrió y tiró la carta al bote de basura, luego fue al salón y se sentó en el sillón a ver la televisión. Kevin y Martina se despidieron de él y se fueron de la casa, prometiendo que volverían mañana. Una vez que Candado se relajó en su sillón, se quitó la boina y la puso en una mesa que estaba a su lado. Luego chasqueó los dedos y su ropa formal y habitual cambió por un pijama celeste, pantalones de chándal blancos y una camiseta roja, además de medias negras.
Cuando terminó de vestirse, se recostó en el sofá y prendió la televisión. No tenía intención de moverse del lugar por un largo tiempo, pero cuando estaba totalmente relajado, alguien tocó la puerta y Candado, de mala gana, se puso de pie, se acomodó el pijama y abrió la puerta. Afuera estaba su amigo Mauricio.
—Ups, perdón si te he molestado.
—Deja las bromas para más tarde y dime por qué estás aquí.
—Vine a recoger a Yara.
—Está durmiendo en mi cama. Pasa si quieres…
—No, no, no, está bien. Si está dormida, vendré mañana. —Podrías llamar por teléfono en lugar de hacer este viaje.
—Na, es mejor hacerlo así. Así puedes hacer ejercicio. Candado se rascó la frente con el dedo meñique y miró al suelo.
—Y mira, me gustaría que no hicieras eso, porque me irrita profundamente que me molesten de esa forma.
—Está bien, no lo haré más —Mauricio se quitó el sombrero y se inclinó—nos vemos mañana, Candado.
Luego, un montón de hojas lo envolvieron y desapareció.
—Soberbio —dijo Candado mientras cerraba la puerta.
Una vez que terminó la conversación con Mauricio, cerró con llave la puerta y se sentó nuevamente en su sofá. Empezó a ver los noticieros en la televisión, pero pronto se aburrió y apagó la televisión. Se recostó en el sillón y comenzó a leer un libro titulado "Operación Masacre" de Rodolfo Walsh.
Mientras Candado disfrutaba de su lectura, Hammya, quien llevaba ropa cómoda de hogar, como pantalones cortos y una blusa amarilla, bajó las escaleras lentamente con la intención de asustarlo. Sin embargo, cuando estaba muy cerca de él, Candado la notó.
—Sé que estás ahí, Esmeralda. Sentí una pequeña brisa en mi espalda cuando te paraste ahí —dijo Candado mientras pasaba la página.
Hammya saltó por encima del respaldo del sillón y se sentó junto a él.
—¿Cómo haces eso?
—Cuando te concentras, puedes sentir hasta el estornudo de una bacteria —luego miró a Hammya con su actitud fría—. Nunca más vuelvas a hacer eso.
—¿Hacer qué?
Luego, Candado miró su libro.
—De saltar así en el sofá, me lo vas a romper, pequeña esmeralda.
—¿Pequeña? ¿Esmeralda? ¿De dónde sacas esos apodos?
—Los invento conforme a la situación —dijo Candado mientras cambiaba nuevamente de página.
—¿Eres así con todo el mundo?
—Con todos, sin excepción, así que no te sientas especial o perseguida.
—¿Qué tal si te llamo "Boinudo"? ¿Te gustaría?
—No te atreverías.
—¿Por qué no?
—Porque me temes lo suficiente como para no llamarme así —dijo mientras cruzaba las piernas.
—No es cierto —dijo Hammya molesta.
—Si es cierto —dijo Candado sin despegar su vista del libro.
—No es cierto.
—Lo es, te asustaste mucho la primera vez que nos conocimos, te asustaste cuando hablamos de mi hermana y te asustaste cuando te atreviste a chantajearme.
Hammya levantó el dedo índice y quedó con la boca abierta, Candado tenía razón, en esas situaciones mencionadas ella había sentido miedo.
—¿Lo ves? Muerta de miedo.
—Cállate.
Hammya levantó los pies y los cruzó.
—¿Niña?
—¿Ahora qué quieres?
—Si tanto te molesto, ¿por qué te sientas al lado mío?
—No puedo dejarte solo, mi padre me lo dijo.
Candado alzó la vista y la miró.
—¿Qué dijo exactamente?
—Él me hablaba siempre de ti, decía que eras algo frío y calculador. También me habló de cómo eras con las personas, de que a pesar de que seas alguien muy severo, eres alguien en quien se puede confiar. Alguien así en el mundo, es muy extraño.
—Me halagas, niña —dijo Candado sarcásticamente mientras volvía a leer su libro.
—Ahora yo quiero hacerte una pregunta. ¿Cómo conociste a Yara o cómo te topaste con ella?
—Cuando tenía ocho años, el bosque se incendió, no sé cómo ni por qué ocurrió eso, pero con ayuda de Mauricio, que en ese momento tenía diez años, y de otros compañeros, pudimos frenar el fuego antes de que llegara al pueblo. Cuando todo eso terminó, Mauricio y yo hicimos un reconocimiento en el bosque para saber si había o no heridos, en ese tramo nos encontramos en un nido de serpiente, solo había un huevo. En un principio, no quería hacerme cargo de eso, pero Mauricio me convenció de que lo hiciera, pero después de unos días, nos enteramos de que el huevo no iba a sobrevivir debido a que nuestro cuidado no era suficiente. Hasta que decidí salvarlo regalando un poco de mi poder. Cuando hice eso, el cascarón se rompió y de él salió una Yarará, no sabes el cagaso que me dio al ver una serpiente venenosa, me alejé de ella o de él, no sabía muy bien de qué género era, pero no Mauricio. Él no solo se quedó cerca de la serpiente, sino que también la subió en su regazo. Cuando me acerqué, sus colores cambiaron y se tornó oscura con pequeños círculos rojos en toda su espalda. Cuando decidí acariciarle la cabeza, ¡PUM! Se transformó en una bebé y me volví a cagar de miedo. Recuerdo que me caí de espaldas al suelo y ella fue hacia mí, y… bueno, el resto ya se sabe. La crié junto con Mauricio por cinco años y se convirtió en lo que es ahora. Como ves, ella todavía no puede convertirse bien en una humana, pero me agrada y de hecho, aunque para otros sea extraño, la quiero como una hija.
—Es… lo más loco que he escuchado.
—No será lo único que encuentres.
—La verdad, es muy extraño ver que tú seas padre a tan corta edad.
—No es tan difícil.
—Aunque me digas eso, sigue siendo extraño.
—No es extraño, niña. Yara me quiere como un padre y yo la quiero como una hija. Es algo normal. Yo la cuidé junto con Mauricio.
—¿Sabes una cosa?
Candado no respondió y siguió leyendo su libro.
—Eres muy difícil de catalogar. Eres frío y a la vez bueno, eres serio y a la vez alegre, eres un día cretino y al otro un caballero. Sinceramente, no sé quién eres.
—Eso no es nada. Deberías conocer a Joaquín Barreto. Él es peor que yo.
—¿Quién es él?
—Un amigo mío. Es igual a Héctor. Debo admitir que me ayudó mucho, aunque siempre me pregunto si su amistad conmigo fue accidental o ya estaba escrita.
—No lo vi en la escuela.
—Naturalmente, él vive en Resistencia.
—Es extraño también que tengas muchos amigos, a pesar de tu exterior tenebroso.
Candado cerró el libro y miró a los ojos a Hammya.
—Dime niña, ¿a caso te doy miedo?
—Yo… no sé.
—Entonces, deja de decir que soy tenebroso porque no lo soy. Que tú me tengas miedo es diferente.
—Pero, de verdad das miedo.
—Y eso que lo negaste con anterioridad.
—Oye, en serio das miedo.
—Me dijiste hace un rato que no sabías por qué me temías.
—Candado el otro día, te enfrentaste con esas tres personas en el bosque y luego ocurrió lo mismo en jardín.
Candado abrió de nuevo su libro y siguió leyendo en la página que estaba, lo hizo tan bien que parecía como si ya lo hubiera leído.
—Candado, no sé cómo no te das cuenta, peleaste con ellos sin siquiera mostrar un rasgo de sentimientos.
—¿A caso querías que me ría, llore o qué?
—No, pero es demasiado tenebroso, me sorprende que vos no te des cuenta, es como si fueras una máquina que fue construida para pelear solamente.
—Creo que debes dejar de ver televisión, te estas volviendo rara.
—¿Yo? ¿Rara? Si soy más normal que vos.
Candado volteó y la miró de arriba abajo.
—Huy sí que eres muy normal, que envidia tengo, como me gustaría tener la cabellera verde, oh—dijo Candado de manera sarcástica.
—Eres muy malo, ya te dije que nací así.
—Y yo hablaba y leía a los tres segundos de nacido.
—Hablo en serio.
—Yo también.
Hammya cerró los ojos y suspiró.
—Hey, a veces pienso si hay algo de bondad en ese cascaron tuyo.
—Si no lo tuviera no estaría en esta casa y no estaría escuchando tus pelotudeces en este momento, así que tómalo como un sí.
—Dijiste que me trataría con más respeto.
—Eso era antes de que supieras de que estoy enfermo—dijo Candado mientras leía su libro.
—Eso no cambia nada, recuerda que debes tratarme como tal.
—No, no lo haré hasta que demuestres que vale la pena hacerlo.
—¿A caso no eres educado?
—Lo soy, pero aquellos que me extorsionan merecen toda mi ira.
—¿Eso no sería al revés?
—No, porque si llegas abrir la boca, yo mismo me encargare de abrirte tu estomago lado a lado, sacando tus órganos y alimentando a mi Bari.
Hammya hizo una mueca, ya que Tínbari había dicho algo parecido.
—Por otro lado, si no me lo hubieras contado, ¿Me tratarías bien, verdad?
—Depende, pero ahora estás en esta situación, así que olvídalo.
—Si me matas, estaría rompiendo una promesa con mi padre.
—No necesariamente necesito matarte, si puedo hacerte la vida imposible.
—No creo que seas tan así, después de todo eres amable.
—Pruébame.
—Na, paso.
—Así está mejor.
—La verdad… me sorprende que puedas leer y hablar al mismo tiempo.
—Cuando pasas por la maldita esfera de un Bari puede mantener tu mente en buen estado, tanto que puedes pensar en más de diez cosas, yo pienso en treinta y siete cosas a la vez.
—¿Eso… es normal?
—Según Tínbari, soy el primer humano en lograr tal cosa.
—¿Qué es esa tal esfera que mencionaste?
—Cuando posees un Bari, te dan cinco especies de retos, que puedes o no completar. Entre ellas está, la esfera de los mil terrores, la sangre venenosa, la lengua del saber, los ojos de la condena y las manos del miedo.
Hammya quedó petrificada al escuchar aquel crudo reto, y la explicación de Candado solo aumentó su temor.
El diálogo continuó:
—¿Qué hacen esas cinco cosas? —preguntó Hammya con curiosidad.
Candado se tomó un momento para responder.
—Bueno, la esfera te hace fuerte, tanto física como mentalmente, pero en cuestión de años que pasan como minutos, y está lleno de dolor, hambre, sed, locura y otras amenazas mortales. Puedes permanecer allí durante años si así lo deseas, pero esa es la razón por la que la mayoría no se atreve a completar los cinco retos.
—¿Acaso hiciste los cinco? —inquirió Hammya, impresionada.
Candado asintió con solemnidad.
—Sí, los cinco.
—Debe haber sido extremadamente difícil.
—Sin duda lo fue —respondió Candado, recordando sus propias experiencias.
Hammya, con una mezcla de admiración y asombro, continuó con sus preguntas:
—¿En qué te benefician estos retos?
Candado esbozó una sonrisa burlona.
—Estás muy curiosa hoy, ¿verdad?
—Discúlpame, pero el mundo es muy diferente de lo que yo creía —se justificó Hammya.
Candado asintió y comenzó a explicar:
—Bien, entonces te contaré las cosas buenas y las malas que se obtienen con estos cinco retos.
Hammya estaba ansiosa por escuchar más.
—Me parece fantástico, creo.
Candado prosiguió:
—En la esfera del terror, pasas mil días en su interior, mientras que aquí afuera solo pasa un minuto. Si superas este primer reto, no sentirás dolor, no experimentarás cansancio físico y podrás mantener la mente ocupada en más de diez pensamientos a la vez. Solo yo, pienso en treinta y siete cosas. Lo malo es que, si te dejas llevar por esto, podrías morir de hambre, sed o agotamiento, sin mencionar que, en una pelea, morirás desangrado si sufres heridas graves.
—¿Y qué es esa "sangre venenosa" que mencionaste antes? —preguntó Hammya, intrigada.
Candado bajó la mirada antes de responder.
—La sangre venenosa es beber la sangre de tu Bari, al menos un litro de ella; de lo contrario, el reto fracasa y mueres. Se le llama venenosa porque consume tu alma y tu sangre durante tres minutos. Si no puedes soportarlo durante ese tiempo, morirás. Ni siquiera el entrenamiento en la esfera puede aliviar ese intenso dolor cuando la bebes. Lo bueno es que puedes sentir tu cuerpo más flexible, te vuelves inmune a venenos y enfermedades, adquieres un poder superior y te vuelves mil veces más fuerte que cualquier otro. La consecuencia, sin embargo, es que podrías perder un poco de cordura en el proceso.
La curiosidad de Hammya la impulsó a hacer más preguntas.
—¿Qué es la lengua del saber? —inquirió Hammya con interés.
Candado, con una expresión enigmática, comenzó a explicar:
—Es el idioma Roobóleo, casi imposible de entender, y la única forma de aprenderlo es teniendo una experiencia cercana a la muerte, ya que solo los Baris de la muerte lo comprenden. La ventaja es que te otorga una mayor confianza en ti mismo y la capacidad de aprovechar al máximo mi magia. También te enseña a comunicarte con otros Baris. Lo malo es que, una vez dominado, ya no tienes miedo a la muerte ni a nada parecido.
—Ya veo, ¿y los ojos de la condena, qué son? —preguntó Hammya, intrigada por la perspectiva de un Bari.
Candado reveló:
—Con los ojos de la condena, puedes ver todo desde la perspectiva de un Bari. Te ayuda a identificar a un Bari escondido o a un enemigo cercano. Sin embargo, el desafío es enfrentar tus peores miedos y superarlos.
Hammya continuó su indagación:
—¿Y las manos del miedo?
Candado titubeó antes de responder.
—Bueno, eso no puedo decírtelo.
—¿Por qué? —preguntó Hammya, desconcertada.
—Es demasiado crudo para ti.
—¿Qué? —Hammya estaba aún más intrigada.
—Te lo contaré cuando sea el momento adecuado.
—Eso es bastante extraño.
Candado cambió el tema:
—Para ti, todo es extraño. Me sorprende que tu padre nunca te lo haya explicado todo antes de venir aquí.
—Creo... que tenía miedo de que yo supiera su pasado —confesó Hammya.
Candado levantó la mirada y preguntó sin mirar a Hammya:
—¿Su pasado?
—Sí, una vez, mientras jugaba en el jardín bajo la lluvia, entré en la casa y encontré una habitación abierta. Mi curiosidad me llevó a explorar, y en el fondo de la habitación descubrí un viejo cofre de madera. Lo abrí y encontré numerosas medallas y un título cuyo significado desconocía. Sin embargo, pude entender una frase que me intrigó profundamente: "Los monstruos son humanos y los humanos son monstruos".
La mirada de Candado se iluminó al escuchar esto, aunque Hammya no se percató y continuó con su relato.
—Dentro del título, encontré esto —Hammya buscó en su bolsillo y le entregó un emblema, o más bien un pin, a Candado.
Candado quedó completamente atónito al ver el objeto: un símbolo que se asemejaba a un rayo de tormenta. La mera visión de ello lo llenó de emoción y lo hizo caer del sillón, alejándose arrastrándose de Hammya. Ella, preocupada, intentó ayudarlo.
—¡NO! No me toques, no te acerques, Hammya —dijo Candado en el suelo.
—¿Qué te sucede? ¿Qué hice mal? —preguntó Hammya, confundida.
—Nada, es solo... —Candado luchó por encontrar las palabras—. Por favor, aléjate y déjame solo.
Hammya no comprendía lo que estaba ocurriendo y se acercó a pesar de la advertencia. Pero cada vez que lo intentaba, Candado creaba un círculo de fuego violeta a su alrededor para evitar que se le acercara.
—Vete, Hammya, no quiero tu ayuda —dijo Candado con tristeza.
En ese preciso momento, Clementina apareció y saltó desde las escaleras, quedando en el centro del círculo de fuego de Candado.
"Que desastre" pensaba en lo más profundo de su mente.
Clementina intentó poner a Candado en pie mientras se preocupaba por su estado.
—¿Qué le sucede, señor? —preguntó con preocupación.
Pero antes de que Candado pudiera completar su respuesta, comenzó a toser sangre, esta vez sin poder ocultarlo. Gotas de sangre se derramaron en el suelo mientras él seguía tosiendo, sosteniendo su boca con la mano. Finalmente, se arrodilló y cayó al suelo, continuando con los espasmos de tos.
La escena dejó a Clementina y Hammya momentáneamente paralizadas, hasta que Hammya dio una orden urgente:
—Llama a Hipólito, ahora.
—¡NO! —gritó Candado, aún escupiendo sangre.
—No le hagas caso, ve ahora —insistió Hammya.
Clementina corrió hacia la habitación de Candado, pero él agarró su pierna con fuerza y la hizo caer al suelo. Luego, Candado se puso de pie rápidamente y sacó un frasco de su bolsillo, el mismo que Nelson le había dado. Lo destapó y bebió casi la mitad del contenido. Después de unos instantes, Candado se estabilizó, pero antes de poder decir una palabra, se desmayó. Sin embargo, cuando estaba a punto de caer al suelo, Clementina lo sostuvo con sus manos en la espalda, como si estuviera levantando un objeto pesado.
—Ayúdeme, señorita —solicitó Clementina.
Hammya corrió hacia ellas y ayudó a sostener a su amigo. En ese momento, Tínbari apareció y cargó el cuerpo de Candado.
—Espera, ¿Dónde estabas? —preguntó Hammya sorprendida.
—En ningún lado, tuercas, en ningún lado —respondió Tínbari de manera enigmática.
Tínbari llevó el cuerpo de Candado hasta la habitación de Hammya, con Clementina y Hammya siguiéndolo. Una de ellas abrió la puerta y Tínbari colocó con cuidado a Candado en la cama. Todavía se podía ver la sangre en su boca y en su guante, por lo que Tínbari sacó un pañuelo de su bolsillo y comenzó a limpiar la coagulación de sangre en su labio.
Cuando terminó, Tínbari guardó el pañuelo y retiró los guantes blancos manchados de sangre. Buscó algo en ellos hasta que encontró un círculo amarillo en la palma derecha de Candado.
—Está avanzando, parece que no podrá llegar a un año si sigue así —informó Tínbari.
—¿Qué tiene? —preguntó Hammya, preocupada.
Tínbari miró a Clementina antes de responder.
—Creo que ya no hace falta ocultártelo.
—¿Qué me están ocultando? —inquirió Hammya, confundida.
—Candado tiene un conjuro corriendo por sus venas, le queda un año de vida.
Hammya se quedó sin palabras, tratando de entender por qué Candado le había ocultado esta información durante tanto tiempo.
—Creo que lo hizo para que no te preocuparas, después de todo, aunque no lo parezca, es muy amable —intentó consolarla Clementina.
—Creo... que tienes mucha razón. No es la primera vez que me oculta algo —admitió Hammya.
Las palabras de Clementina alivianaron momentáneamente la confusión de Hammya. Sin embargo, esta situación arrojaba más preguntas que respuestas.
Mientras todos intentaban asimilar la situación, Tínbari planteó una pregunta difícil:
—¿Qué le hiciste para que se pusiera así?
Hammya se sorprendió al escuchar a Tínbari mencionar que Candado había pedido que se alejara de él.
—¿Cómo sabes eso? No estuviste allí —dijo Hammya con asombro.
Tínbari sonrió con malicia mientras respondía:
—Mi mente y la mente de Candado son una, si él corre peligro, yo lo siento y averiguo por qué. Esta vez, sentí que tu nombre fue mencionado mientras él se desvanecía.
Las palabras del demonio resonaron en la mente de Hammya, llenándola de inquietud. No sabía si debía mostrar el objeto que había llevado a Candado al borde de la locura o inventar una excusa. Sin embargo, la segunda opción era demasiado arriesgada, temía que si la descubrían mintiendo, la expulsarían de la casa. Así que decidió ser honesta. Sacó el mismo símbolo de rayo de su bolsillo con su mano derecha.
Cuando Tínbari lo vio, sus ojos se abrieron de asombro. Parecía como si hubiera visto un fantasma.
—La madre que lo parió, el jodido pin de rayo, ¿de dónde sacaste eso? —exclamó Tínbari con sorpresa.
—Te lo diré si me dices qué significa esto —respondió Hammya, sosteniendo el símbolo.
—Es igual al pin que la señorita Europa le regaló a Gabriela en su cumpleaños —declaró Clementina con sorpresa.
—La camisa...de aquella noches era idéntica... Oh no—susurró Tínbari para si mismo.
Recordó que ese pin cayó en frente de Candado en aquella tormentosa lluvia. Lo que lo llevó a entrar en pánico. Miró a Candado inconsciente y luego miró a Hamada.
Ella quedó impactada por la revelación, sin entender del todo lo que estaba sucediendo.
—Lo sabía, sabía que tú no eras de confianza. Eres una maldita traidora y vas a morir —gruñó Tínbari con rabia, temor y confución.
—¿Qué hice yo? —preguntó Hammya, confundida y asustada.
Tínbari, se abalanzó hacia ella, Pero antes de que pudiera alcanzarla, Clementina se interpuso entre los dos.
—Espera, puede haber una resolución a este problema sin llegar a la violencia —sugirió Clementina con valentía.
—Hazte a un lado, hojalata —ordenó Tínbari, intentando apartarla.
—No, señor, no pienso moverme. Mi trabajo es cuidar a la familia Barret.
—Ella no es de esta familia. Si no te mueves, entonces lo haré yo, y te aseguro que no te gustará —amenazó Tínbari.
—Tienes prohibido atacar a los seres de esta casa —intervino Clementina con determinación.
Clementina transformó sus manos en armas y apuntó a Tínbari, dispuesta a defender a Hammya.
—No vas a tocar a la señorita Hammya mientras yo esté aquí —advirtió Clementina.
Tínbari, ya harto de la situación, agarró el cuello de Clementina y la tiró a un lado con brutalidad. Luego, con un gesto cruel, le arrancó los brazos y los arrojó al suelo desde el ropero de Candado. Una vez que Clementina fue neutralizada, se dirigió nuevamente hacia Hammya.
Hammya, sin más opciones, cerró los ojos y comenzó a llorar, esperando lo peor. Sin embargo, por segunda vez, nada sucedió. Cuando abrió los ojos, se encontró con Candado de pie, sosteniendo las garras de Tínbari mientras este último lo miraba sorprendido.
Candado, con una fuerza impresionante, empujó el brazo de Tínbari hacia atrás y le propinó un rodillazo en el pecho, seguido de un golpe en su rostro. Esto hizo que Tínbari retrocediera abruptamente.
—No solo destruyes los brazos de Clementina, sino que también intentas lastimar a Hammya —dijo Candado mientras tomaba la mano de Hammya y la ayudaba a ponerse de pie.
—Es...es por tu bien —argumentó Tínbari.
—No, no lo es. Si quieres contradecirme, te arrancaré esos cuernos tuyos —amenazó Candado. Luego, miró a Clementina, que estaba sentada en el suelo sin brazos—. ¿Estás bien?
—Sí, señor, estoy... estoy... estoy bien —respondió Clementina mientras luchaba por articular las palabras.
Candado volvió su mirada furiosa hacia Tínbari.
—Puedo tolerar tus insultos, tus burlas y tus malditas obligaciones de pelear con otros sujetos, pero no permitiré que dañes a mis camaradas ni a las personas a las que más aprecio.
—Pero...
Candado interrumpió a Hammya con firmeza:
—¡ESTOY HABLANDO YO! No sacarás conclusiones mientras yo no esté presente o esté inconsciente. ¿Está claro?
—Sí, Candado. Me disculpo por ser tan brusca con las señoritas —respondió Tínbari con temor y preocupación en su rostro, no por su bien sino el de él.
—Ahora, vete. No quiero ver tu rostro por al menos dos horas.
—A la orden, Candado —dijo Tínbari antes de desvanecerse.
Una vez que todo volvió a la relativa normalidad, Candado fue en busca de los brazos de Clementina. Luego, sacó una caja de herramientas de color verde con una tapa blanca de debajo de su cama.
—¿De dónde sacaste eso, señor? —preguntó Hammya.
—Me lo regaló Matlotsky —respondió mientras abría la caja y tomaba un destornillador—. No te preocupes, no me llevará mucho tiempo —añadió con una expresión bastante neutral.
—¿Y por qué está aquí? —preguntó Hammya de nuevo.
—Es... confidencial.
—¿Es cierto que estás enfermo? —insistió Hammya.
—Podría decirse —contestó mientras atornillaba los brazos de Clementina—. Oh, tu camisa se rompió. Tendré que darte una nueva.
—Está bien, puedo arreglarla —dijo Hammya. Luego, miró a Candado, aunque él no la estaba mirando, podía sentir sus ojos sobre ella—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Decirte qué? —preguntó Candado incrédulamente mientras trabajaba en el otro brazo.
—Que estabas en estas condiciones.
Candado se detuvo momentáneamente y la miró a los ojos durante unos breves segundos, pero luego continuó reparando el brazo.
—No fue mi idea. Me descuidé y pensé que nadie me estaba observando cuando sucedió todo eso. Esperaba que no lo comentaras con nadie y...
—Fue mi culpa —interrumpió Hammya.
—¿Perdón? —Candado pareció sorprendido.
—Yo lo obligué a contármelo. Le dije que si no lo hacía, se lo confesaría a todos sus amigos, incluyéndote a ti.
Candado cerró los ojos y frunció el ceño, no por disgusto, sino por vergüenza. Se avergonzaba de haber sido extorsionado por una niña como Hammya.
—Vaya, no puedo creer que el joven pa...
Candado tiró del brazo de Clementina, haciendo que su cabeza golpeara la mesita de noche.
—Ups, mi error —murmuró mientras Clementina se sobaba la frente.
—No tienes que disculparte conmigo, señorita Hammya. Usted es muy amable, y sé que no lo hizo con malas intenciones. Estoy segura de que intentó ayudar al joven... quiero decir, al señor Candado.
—Pero me gustaría saber qué significa todo esto —dijo Hammya con curiosidad.
—Lo que me entregaste es un símbolo bastante doloroso. Debo admitir que me tomaste por sorpresa —Candado mostró una sonrisa siniestra—. ¿Qué era?
—Es un símbolo de la muerte, y también... el mismo símbolo que tenía mi hermana en la espalda antes de... morir. Soy un incompetente —Candado se llevó la mano derecha a la frente—. Siempre creí o quería hacerme creer que murió por una enfermedad. Pero al verlo, me doy cuenta de que mis conjeturas eran verdaderas.
—¿Entonces significa que la mataron? —preguntó Clementina.
—Exacto —confirmó Candado mientras ayudaba a Clementina a ponerse de pie.
Hammya quedó completamente apenada al oír eso. No dijo nada, simplemente miró el suelo, como si estuviera pensando en que la tierra la tragase o en qué hacer al respecto.
—Está bien, no fue tu culpa, Esmeralda. No debí haber reaccionado así. Fue demasiado impactante para mí, así que me disculpo por haberte tratado de esa manera.
—Creo que...
—No digas nada más, está bien así.
—Pero...
—Silencio, no quiero escucharte.
—Si me disculpas, iré a arreglar mis mangas —dijo Clementina mientras se retiraba.
Candado no dijo nada, solo inclinó la cabeza y se dirigió a la puerta. La abrió y, cuando estaba a punto de salir, dijo sin darse la vuelta.
—Que descanses, mañana será un nuevo día, y lo siento.
Luego cerró la puerta detrás de él sin mirar atrás. Aunque él no lo vio, Hammya mostró una sonrisa de alivio en su rostro al saber que se había disculpado con ella. Se sentía algo culpable por hacerla sentir mal, y aunque fuera insignificante, era un avance en su comportamiento.
Candado respiró profundamente, exhaló y se dirigió a su habitación. Cuando entró en su cuarto, cerró la puerta detrás de él y comenzó a hablar consigo mismo.
—¿Qué diablos estoy haciendo? ¿Por qué reaccione así? —Luego llevó la mano izquierda a su frente y continuó—. ¿Qué fue eso que vi, lluvia, gritos y ese...ese estúpido pin? Y esa estúpida frase, la oí miles de veces por qué me afectó tanto, qué significa esa exagerada reacción.
Candado exhaló el aire que lo estaba volviendo loco, inhaló profundamente y logró calmarse. Luego, vio a su pequeña Yara durmiendo plácidamente mientras abrazaba a su peluche. Candado se acercó, se quitó los zapatos y se recostó en el respaldo de su cama, justo al lado de Yara. En cierto sentido, se sentía conmovido al verla dormir. Incluso llegó a sonreír mientras acariciaba su suave cabello rojo y largo. Mientras hacía eso, observó el círculo en la palma de su mano, pero esta vez no le dio importancia y posó sus manos sobre las pequeñas manitas de su hija. Sin darse cuenta, quedó completamente dormido. Por primera vez en mucho tiempo, en su rostro frío y amenazante, se reflejaba una sonrisa de satisfacción al quedarse dormido.
Entonces Tínbari apareció nuevamente, posó su mano sobre la frente del bello durmiente. Y empezó a dar un brillo tenue.
—No tienes por qué recordar, esto te calmará...sólo descansa y no te preocupes por nada. Son solo recuerdos olvidados que deben permanecer olvidados, duerme bien.