A cinco kilómetros de la ciudad en ruinas y al doble de distancia del Campamento Baiquan, Bai Zemin observaba desde lo alto de un árbol que se alzaba trescientos metros, con indiferencia.
A una altura de trescientos metros, el viento que soplaba desde los bosques mutantes azotaba lo suficiente como para desgarrar la piel de un ser humano normal. La capa de Bai Zemin aleteaba ferozmente, pero en medio del vendaval, el sonido del aleteo era prácticamente inexistente.
Aprovechando el hecho de que el terreno en el que estaba parado era alto, así como la altura del árbol, Bai Zemin podía ver y escuchar el momento en que las minas terrestres explotaron una tras otra. La densa nube de polvo que se elevó a más de doscientos metros de altura en el cielo era visible incluso desde tan lejos.
