—Maldita sea, apestas —Bai Zemin frunció el ceño al recibir de lleno en su rostro el nauseabundo aliento a pescado que salía de la gran boca de la bestia.
La única razón por la que la serpiente no lo había atacado hasta ahora era porque la bestia podía sentir un gran peligro en el ser que tenía delante; de lo contrario, no habría perdido el tiempo silbando intentando intimidar a su contraparte, advirtiéndole que no se acercara más o entraría en modo de combate. Sin embargo, esta serpiente era una de las supremas reinas de esta área y, excepto por las bestias que vivían en las partes centrales de este bosque, nadie se atrevía a oponérsele.
Todos los que se atrevían a ofenderla eran devorados y aquellos que eran marcados como objetivos, aunque intentaban luchar por sus vidas sin rendirse ante la muerte, la serpiente era simplemente demasiado fuerte para que pudieran manejarla. Por lo tanto, esta bestia se acostumbró a ser dominante y actuar de forma poderosa.
