Las palabras de Sunny quedaron suspendidas en el aire, contrastando marcadamente con su sonrisa educada. Los dos jóvenes Maestros parecían congelados, como si no pudieran digerir lo que acababan de escuchar.
Mercy del Clan Dagonet soltó un suspiro sofocado.
Al mismo tiempo, los ojos del Ascendido Tristan se agrandaron.
Su rostro, congelado en un estado de atónita incredulidad, se contorsionó lentamente por una mueca de ira justiciera.
Tembloroso de indignación, bramó:
—¿¡Te atreves?! —siseó.
Sunny no podía creerlo del todo. Contuvo la respiración, con el corazón latiendo desbocado.
«¿Lo dirá... lo va a decir? ¡Sí que lo va a decir! ¡Definitivamente lo hará!», pensó con una sonrisa que seguía siendo perfectamente agradable.
—Me atrevo, sí. ¿Acaso no fue obvio por mi comentario? ¿O tu Falla te ha dejado sordo? Dios santo... mudo y sordo. Qué destino tan desafortunado. Tienes mi simpatía —dijo con sarcasmo.
