Nephis y los Guardianes del Fuego siguieron al diablo de ónix por la tierra de sombras. Su guía taciturna caminaba sin mirar atrás, su hermosa armadura reluciendo mientras reflejaba la luz blanca de sus faroles. Los pasos de la estatua viviente no eran ni lentos ni apresurados, su ritmo medido lleno de una confianza indiferente.
Parecía como si no temiera en absoluto a las criaturas escondidas en la oscuridad.
Nephis habría esperado que los pasos de una criatura tan pesada resonaran como truenos en el silencio muerto, pero eran completamente silenciosos. Observaba la espalda del misterioso caballero de piedra, con llamas blancas danzando en sus ojos.
Los Guardianes del Fuego estaban tensos y callados, mirando a la oscuridad siniestra con expresiones cautelosas.
—¿Qué está pasando? —preguntó.