Llamas blancas danzaban a través de la llanura de hueso, incinerando la hierba bermellón y las multitudes de diminutas abominaciones que acababan de nacer momentos atrás. Un calor insoportable asaltaba la cohorte de los Guardianes del Fuego, y el aire se llenó de repente de cenizas giratorias.
Los ojos de su dama ardían en la bruma como dos frías estrellas.
—¡Monturas!
Un torbellino de chispas etéreas rodeaba la cohorte, formándose pronto en ocho Ecos bestiales. Cada uno de ellos era único, pero compartían un rasgo común — la mayoría de estos Ecos no eran lo suficientemente poderosos para ser de ayuda en una batalla feroz. Sin embargo, eran rápidos y podían ser montados, sirviendo a los Guardianes del Fuego como monturas.
