Sunny permaneció inmóvil durante unos momentos, mirando la distante figura que llevaba una brillante capa bermellón.
Las nubes que velaban el cielo no eran nubes, sino una miríada de espadas voladoras. El hombre parado sobre el muro en ruinas de la capital del asedio no era un simple mortal, sino un Soberano.
Uno de los tres humanos Supremos en existencia...
Yunque de Valor, el Rey de Espadas.
El Soberano se enfrentaba a un Gran Titán. Sunny reconocía a esa aterradora criatura de la Batalla del Cráneo Negro, donde había diezmado los ejércitos de tanto Valor como Song. El Titán era vasto y abominable, su poder inconcebible...
Pero el Rey de Espadas no era menos aterrador.
Era más como una fuerza de la naturaleza que un ser humano, un cataclismo ambulante que no toleraba desafíos. Donde estuviese Anvil, su voluntad era ley. Donde apuntara su espada era su reino.
Y dentro de las fronteras de su reino, su autoridad era absoluta.