Al día siguiente, Effie apareció en la cubierta del Rompecadenas, cargando a su bebé. Todavía se estaba recuperando y, en verdad, hubiera sido mejor si se quedara en cama unos días más… pero el tiempo no esperaba a nadie.
Afortunadamente, Effie era una Ascendida y poseía un cuerpo mucho más robusto que el de una mujer común y corriente —o prácticamente cualquier otro Maestro, en realidad. Así que, aunque parecía cansada y agotada, su vitalidad volvía a un ritmo aterrador.
Quizás de verdad estaría lista para luchar para cuando llegaran a Borde.
El Rompecadenas estaba atravesando el vacío abismal, con la radiante cinta del Gran Río rodeándolo como un anillo retorcido. Los siete soles giraban a su alrededor, haciendo que el reino fluyente e inconcebible brillara. No había estrellas en la oscuridad impenetrable del cielo falso, pero la luz del río era suficiente para iluminar la vasta extensión de oscuridad silenciosa.
Sosteniendo al bebé, que acababa de despertar, Effie sonrió.
