Sunny se encontró en la tranquila oscuridad de su Mar del Alma.
Parecía tan vacío y silencioso como siempre... los tres soles negros ardían con llamas oscuras sobre él, dispuestos en un triángulo perfecto. Pequeñas esferas de luz —sus Recuerdos— flotaban entre ellas como estrellas moribundas. Las silenciosas aguas eran vastas e inmóviles, y a cierta distancia, justo más allá de la periferia de su visión, las filas de sombras sin vida permanecían inmóviles.
Sin embargo, esta vez algo era diferente.
Sunny no recordaba haber entrado en el Mar del Alma, ni siquiera haber deseado hacerlo. Más que eso, no podía percibir el mundo real en absoluto. Por lo general, visitar este lugar resultaba en una extraña división de su conciencia, con una parte de ella explorando las profundidades de su alma, mientras que la otra seguía consciente de su entorno real. Era como imaginar un paisaje... hacerlo no te convertía en ciego ni sordo.