Llevado a la locura por la ira, Sunny obligaba a su cuerpo maltrecho a moverse. Su mente estaba confusa por la furia y el dolor, y no importaba cuánto lo intentara, no podía levantarse definitivamente.
Un infierno de ira oscura y maligna consumía su corazón adolorido.
—No, no, no!
El dragón... el despreciable gusano... estaba muerto sobre las piedras húmedas, arrebatado de él. Sangre plateada brotaba de su boca abierta y su ojo destruido, extendiéndose lentamente por el patio en ruinas. Si tan solo hubiera tenido más tiempo... si tan solo nadie hubiera intervenido en su pelea... Sunny habría sido capaz de matar al Señor del Terror él mismo. Lo sabía.
Pero el dragón se había ido.
Y ahora que se había ido, la furia asfixiante de Sunny necesitaba un nuevo objetivo.
—Matar, matarlos... matarlos a todos... Los mataré...