Las palabras ominosas se cernían en el aire, tan ominosas como el muro de oscuridad que velaba el cielo en la distancia. Sunny y Nephis miraron a Ananke, cautelosos por su expresión sombría.
Esta era la primera vez que cualquiera de ellos veía a la joven sacerdotisa mostrar signos de desaliento. Los tres debieron haber parecido una vista curiosa... dos guerreros endurecidos por la batalla mirando a una adolescente, esperando su orientación.
Sunny frunció el ceño.
—¿Una tormenta de tiempo? —preguntó.
Ananke asintió lentamente.
—…Sí, mi Señor. Ya te he dicho antes que el tiempo puede ser impredecible en el Gran Río. Hay lugares donde se vuelve rancio e inmóvil, grandes remolinos de los que nada puede escapar, corrientes que chocan y mareas mortales de todo tipo. Una tormenta de tiempo… es una de las anomalías más peligrosas que uno puede encontrar.
Su rostro juvenil se oscureció.
