La pálida ciempiés se deslizaba a través de un desolado paisaje, seguida de un ejército de abominables criaturas óseas. Su enorme cuerpo avanzaba desgarrándose, dejando un rastro de destrucción a su paso. El suelo era traspasado y trastornado por sus mil afiladas patas, las antiguas rocas destrozadas, los arroyos de agua clara mancillados con veneno y convertidos en corrientes de veneno.
Pronto apareció un ancho río a lo lejos. El espantoso tirano no disminuyó la velocidad, continuando su avance arrasador. Luego, sin embargo…
La monstruosa ciempiés redujo la velocidad.
Su horrorosa cabeza giró y se elevó en el aire. Su aterradora boca se abrió. Las ramas de los árboles muertos que servían como cuernos de la criatura se mecían ligeramente con el viento.
El viento había traído consigo un extraño sonido.
El lejano llanto de una flauta.