Edward la miró.
—Por eso tengo que molestarte para que lo hagas por mí —Penélope parecía expectante.
Edward no sabía por qué, pero aceptó y compró un enorme helado y se lo dio a Penélope.
Penélope comía feliz como un niño.
Sin embargo, cuando llevaba la mitad de su helado, un grupo de médicos y enfermeras con batas blancas entraron corriendo en su sala y le arrebataron el helado de las manos. Luego, regañaron a Penélope enojados.
Edward había olvidado de qué le habían regañado.
Todo lo que recordaba era que los médicos revisaban cuidadosamente el cuerpo de Penélope y sólo se iban después de mucho tiempo.
Una vez que se fueron, Penélope estaba sola en la habitación.
También estaba Edward, que había estado esperando a su lado.
Edward le preguntó —¿Por qué sigues queriendo comer helado si no puedes comerlo?
—Me apetecía —respondió Penélope sin más.