Keeley disfrutó de su sándwich y refresco a pesar del taciturno repartidor de comida a su lado. ¿Cómo había llegado a gustarle alguien que hablaba tan poco? Los silencios entre ellos podrían haber sido cómodos alguna vez, pero ya no. Ahora era realmente, realmente incómodo.
—Entonces, ¿qué te debo por la comida? —preguntó antes de darle un largo sorbo a su refresco—. Tenía toda la intención de devolverle el dinero.
—Brownies de malvavisco. Nadie me hornea —dijo Aaron resueltamente.
Ella levantó una ceja hacia él. —¿Acaso tu servicio de entrega de comida no ofrece postres?
—Sí, pero no es lo mismo.
¿No es lo mismo cómo? Probablemente un chef profesional haría mejores brownies que ella. Como sea. No quería discutir con él.
—Está bien, te los llevaré en algún momento. ¿Por qué no los llevo a tu oficina...?
—¡NO!
