Keeley agarró un carrito y comenzó a amontonar cosas en él, explicando mientras lo hacía. Escogió una caja de arena autolimpiable porque a) Aaron podía permitírselo y b) sabía que a él no le gustaba ser incomodado. El pobre gato estaría mejor no enfrentándose a su ira por la indignidad de recoger caca personalmente.
También echó una variedad de juguetes al carrito como láseres, pelotas, pequeños túneles, plumas unidas a un palo y juguetes electrónicos que se podían encender y dejar solos por un tiempo. También terminó ahí el más elegante juego de cuencos de comida y agua de plata incrustados en una base de metal negro.
En el pasillo de la comida, Keeley se encontró con un pequeño dilema. —Um... ¿quieres el mismo tipo de comida que compro yo o algo más elegante? No sé nada sobre las marcas caras.
—Es un gato; no notará la diferencia —dijo Aaron con desdén.
Su marca sería entonces.