Jennica nunca se había sentido tan fabulosa. Este vestido costaba más de lo que ganaba en un año y el maquillaje era impecable. Sus cabellos castaños dorados estaban peinados a la perfección y no quería ni pensar cuánto costaban las joyas que llevaba puestas. Probablemente valían más que su vida.
—¡Voila! Ya estás lista, mi pequeña obra maestra —dijo el estilista con una mirada satisfecha en su rostro—. ¿Por qué no bajas las escaleras y muestras lo bien que te ves?
No tenía ni la mitad de agallas para intentar 'presumir' frente al hijo de uno de los hombres más ricos de Nueva York, así que bajó las escaleras tímidamente y en silencio. Aaron ni siquiera comentó, solo asintió e indicó que lo siguiera.
No habló en absoluto hasta que llevaban quince minutos en el coche. —Supongo que ese idiota te dijo qué esperar.
Jennica estaba un poco sorprendida de escuchar a Aaron referirse a su vecino como un idiota y tardó un minuto en responder. —Sí, me dijo que sonría y asienta con la cabeza.