Fue un milagro que Noah llegara a casa sano y salvo, considerando lo aturdido que estaba después de dejar el hospital. Si Kaleb no le hubiera ordenado ir a casa, probablemente habría pasado toda la noche en aquella silla de la sala de espera sin saber qué hacer.
Logró llegar a casa y se desplomó en su cama con sus jeans puestos. Todavía estaba mirando al techo cuando sus padres se levantaron y oyó los ruidos de su mamá bajando a hacer el desayuno.
De alguna manera, se obligó a ducharse y cambiarse un par de pantalones de deporte. Noah no quería que se preocuparan por él estando fuera hasta tan tarde.
—¡Buenos días, Noah! ¿Quieres unos pancakes? —preguntó su madre animadamente.
Comer algo podría ser una buena idea. —Seguro, mamá —respondió.
Después de verter la masa en la parrilla, ella lo miró críticamente. —Te ves terrible. ¿Qué pasó?