Afortunadamente, la llegada de Aaron puso fin a la discusión entre sus hijos. Keeley realmente no sabía qué hacer con ellos a veces. Al menos ahora estaban todos ansiosos por comer.
Nathan y Oliver hablaban de lo emocionados que estaban por ver los trucos de fuego, Kaleb hablaba con su padre sobre la temporada de baloncesto y Violet se había dirigido a su abuelo.
— ¿Vendrás a mi recital del próximo fin de semana, verdad? —preguntó ella con elegancia.
Robert le dio a su única nieta una amplia sonrisa y le palmeó la mano. —Por supuesto, mi pequeña flor. No me lo perdería por nada del mundo.
Violet le devolvió la sonrisa complacida. —He mejorado mucho con mis zapatillas de punta. Ya no me duelen tanto como antes.
—Me alegra escuchar eso —dijo Robert.
Keeley los observó seguir conversando con una mirada satisfecha en su rostro. La vida de su padre se había vuelto mucho más plena desde que tuvo a los gemelos y solo mejoró con el tiempo cuando había más niños a los que amar.